Aunque estemos en 2024, organizaciones sin ánimo de lucro como la Fundación Eddy o la Fundación 26 de diciembre siguen teniendo mucho trabajo. La primera ayuda a jóvenes de la comunidad LGBTIQ+ que han sufrido violencia familiar, bullying u otra forma de discriminación, en riesgo de exclusión social; la segunda se enfoca en las personas mayores del colectivo. Sus responsables son conscientes de los muchos avances que se han vivido en las últimas décadas, pero también de la fragilidad de éstos y de lo cosmético de algunos logros.
También son conscientes de lo asimétrico del acrónimo. Seamos claros: la celebración de ciertos privilegios de la capa superior de la G (es decir, de los hombres gays urbanos, bien posicionados y cómodamente visibles) ha llegado a opacar el pisoteo de los derechos de las otras letras. Incluso de la propia G cuando no es urbanita, burguesa, joven y musculosa.
Queda trabajo por hacer. Quedan años de reforzar un discurso que, acusado de bajonero, podría quedar silenciado bajo toneladas de purpurina y decibelios de música de baile. El Orgullo es una fecha de reivindicación, recordatorio y lucha. Una conmemoración de las personas que nos ayudaron a llegar hasta aquí y una advertencia de que su trabajo y sus sacrificios fueron muchos e importantes.
Mientras escribo este texto, en los medios y en las redes se vive el enésimo debate agrio a cuenta de la manera en la que el Orgullo madrileño se promociona a sí mismo. Convertida en una mastodóntica fiesta, la celebración LGBTIQ+ vive un nuevo episodio de frivolización: los carteles “oficiales” no cuentan con la bandera arcoiris y obvian la manifestación reivindicativa. Se centran en los símbolos de la «fiesta fiesta, pluma pluma gay».
Quizá estaría bien recordar que esa acogedora explosión de color, sonido y desinhibición con la que Madrid vive el Orgullo desde hace ya muchos años habría sido imposible sin el trabajo de generaciones enteras de activistas que hoy miran con orgullo, pero también con cierto estupor, el desfile de carrozas patrocinadas por empresas que durante el resto del año no se caracterizan por preocuparse por cosas como las que preocupan a la Fundación Eddy o la Fundación 26 de diciembre.
Está muy bien repasar las listas de personas LGBTIQ+ más influyentes de España y enorgullecerse de ver ahí no sólo a artistas y personajes de la farándula, sino también a políticos, empresarias e intelectuales. Sin embargo, eso no debería hacernos bajar la guardia u olvidar que ninguna de esas personas ha llegado donde está por no ser cis-heterosexuales y que el estigma de la G, la L, la B, la T, la Q o la I sigue presente en muchos lugares y momentos de nuestra sociedad.
Entre copa y copa, aprovechemos para contarle a alguien quién es Eddie Bellegueule, el personaje del escritor francés Édouard Louis, o explicarle que el 26 de Diciembre de 1978 se modificó una ley, la de peligrosidad social, que discriminaba abiertamente a las personas del colectivo LGBTIQ+. Muchas de ellas siguen vivas ahora. Y mucho de su trabajo ya está hecho. Pero queda por hacer.
¡Feliz Orgullo!