El consumo de alcohol en jóvenes sigue siendo uno de los problemas más alarmantes de salud pública. Las estadísticas revelan que todavía un elevado número de personas recurren a esta sustancia de forma temprana, a menudo en contextos sociales que promueven su normalización. Sin embargo, detrás de la aparente diversión y liberación, se esconden riesgos de salud física y mental, así como consecuencias sociales que pueden marcar el rumbo de sus vidas.
El alcohol se mantiene como la sustancia más consumida (76,4%) en España. Según la encuesta EDADES 2022, realizada por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Alcohol y Drogas, las prevalencias de consumo en la población de 14 a 64 años siguen siendo elevadas. Sin embargo, lo que más preocupa es que la percepción del riesgo por su consumo es baja y ciertos comportamiento con potencial adictivos están cada vez más normalizados.
Silvia Rubio, 18, recuerda cómo comenzó a beber a los 13 años: «Empecé con mis amigos porque eran las fiestas de mi pueblo y, claro, todo el mundo lo hacía». Una experiencia similar vivió Pablo Martín, quien a los 16 años empezaba a beber casi todos los fines de semana con sus amistades. Ahora, a los 25, reflexiona: «Era lo más normal en ese momento, pero con el tiempo me doy cuenta de que bebíamos una pasada. Compartíamos una botella entre dos y a eso le sumabas los chupitos».
La cultura de la normalización en el consumo
Desde el punto de vista de Eider Hormaetxea, coordinadora de Servicios de prevención y detección precoz de la Fundación Etorkintza en País Vasco y coordinadora de la Comisión de Prevención de UNAD, la prevalencia «tan alta» de consumo de alcohol entre los 14 y 18 años se debe, en gran medida, «a la normalización de estas prácticas en nuestra cultura y a la falta de percepción sobre los riesgos».
En España, tres de cada cuatro estudiantes de 14 a 18 años reconocen haber tomado alcohol al menos una vez en el último año. «Al ser una sustancia legal suele estar vinculada a celebraciones, momentos de descanso y disfrute. Es difícil imaginar una reunión festiva sin vino, cerveza o licores al final de una comida», reconoce.
Respecto a la edad de inicio y de normalización de la ingesta de alcohol, según el informe «Perfil de las adicciones en 2023» de la red UNAD, el primer consumo se sitúa en los 13,9 años de media. En cuanto a la prevalencia de intoxicaciones etílicas agudas, o binge drinking, este mismo estudio refleja que aumenta con la edad, pasando del 22,5% de estudiantes de 14 años que lo han experimentado alguna vez al 68,5 % que lo han hecho a los 18 años.
La falta de control
Los efectos sobre el cerebro son reales y dañinos. El consumo excesivo durante la adolescencia afecta áreas cruciales del cerebro, como el lóbulo frontal, encargado de la toma de decisiones, y el hipocampo, relacionado con la memoria y el aprendizaje. A largo plazo, también puede alterar la capacidad de planificar y controlar impulsos.
Sin embargo, Eider Hormaetxea reconoce que es «probable» que una persona que enfrenta una adicción «no sea consciente» de que su comportamiento «está fuera de control y le está generando problemas».
“He visto a gente de mi alrededor no saber ni cuál era su nombre. Estaban tirados en la calle, súper bebidos y sin ganas de irse de la zona de bares. Hay gente que no sabe parar y que acaba perdiendo muchas cosas, empezando por sí mismos”, valora Rubio, quien reconoce que todavía consume alcohol, pero “con más conocimiento”.
Ofrecer apoyo es fundamental
A pesar de que muchas personas jóvenes no son conscientes del daño que pueden estar causando a su desarrollo y se encuentran en un “estado de negación”, los efectos pueden ser evidentes en la vida cotidiana.
Tal y como subraya la coordinadora de UNAD, se pueden contemplar cambios bruscos en el estado de ánimo, irritabilidad constante, períodos prolongados de apatía, alteraciones en los horarios, problemas de sueño, falta de apetito, una higiene personal deficiente, absentismo escolar o laboral y bajo rendimiento.
Por esto mismo, aunque el proceso para que una persona reconozca que tiene un problema puede ser «largo y complicado», ofrecer un apoyo cercano es «fundamental». «Cuando esté lista o dispuesta, podrá buscar ayuda en su centro de salud de referencia o visitar la página web de la UNAD para informarse sobre las entidades especializadas en adicciones disponibles en su provincia o comunidad autónoma», señala Eider Hormaetxea.
Generaciones más conscientes
Como sociedad, «no podemos permitirnos ignorar este problema», afirma Hormaetxea; a lo que añade: «Hay que limitar el acceso a la compra y al consumo de alcohol, así como legislar y garantizar el cumplimiento de estas leyes«.
A pesar de los datos, la coordinadora de la Comisión de Prevención de UNAD reconoce que se han observado «cambios significativos en los hábitos de las generaciones más jóvenes», ya que la industria «ha sabido adaptarse a esta tendencia ofreciendo cada vez más opciones de bebidas sin alcohol».
En el grupo de amistades de Rubio, hay amigas suyas que no beben. Reconoce que conforme crecen, la presión social por no beber es cada vez menor, a diferencia de cuando se está en edades de la adolescencia. En este sentido, Hormaetxea señala que el cambio del consumo de alcohol está promovido por «una mayor concienciación en el cuidado del cuerpo y sobre el riesgo que supone en la conducción».
Abordar el problema de manera integral
A pesar de estos datos preocupantes, hay signos de que los esfuerzos preventivos están teniendo un impacto positivo. Desde UNAD trabajan en materia de sensibilización y prevención mediante un enfoque biopsicosocial. «Esto implica desarrollar estrategias y acciones planificadas que impacten tanto en el comportamiento individual como en el entorno físico y social«, añade Hormaetxea.
En este sentido, los objetivos están basados en prevenir el consumo o las conductas problemáticas, retrasar la edad de inicio y evitar que estas conductas se conviertan en un problema para la persona y su entorno. Para ello, es necesario invertir en programas preventivos «efectivos y de calidad» que se mantengan en el tiempo. «Solo así podremos abordar esta problemática de manera integral«, subraya.
Eider Hormaetxea confía en un cambio, aunque no sea fácil. «La realidad está en constante cambio. Quiero creer que se debe, entre otros factores, al trabajo planificado e intencionado realizado en la prevención. Y digo creer porque la evaluación sobre la efectividad de los planes y programas preventivos sigue siendo una asignatura más que pendiente«, concluye.