De India al Vaticano

De India al Vaticano

Luis Victoria Navas

Mientras el mundo entero miraba al Vaticano, los cardenales, antes del cónclave, fijaron su atención en el sur de Asia. Esa fue la última noticia del exterior que recibieron antes del encierro. La llamada operación “Sindoor”, un ataque aéreo con misiles de India a distintos puntos de Pakistán, retumbó en Roma.

El ataque se vendió como una nueva represalia por el atentado del pasado 22 de abril, que se cobró la vida de 26 turistas de origen indio y nepalí. India no olvida la “impunidad” con la que se libraron algunos de los responsables de los atentados en Bombay de 2008. En esta ocasión, no buscaban justicia, sólo venganza. Pakistán, negando su implicación en el ataque, propuso una investigación neutral e independiente, solicitud que fue respaldada por distintos integrantes de la comunidad internacional (como China o Malasia).
India no aceptó la solicitud; en su lugar, suspendió de forma unilateral el Tratado de Aguas del Indo (que divide el flujo de los ríos de la región), reduciendo significativamente el caudal del río Chenab hacia Pakistán. El agua es fuente de vida y cuando se la quitas a un pueblo firmas su sentencia de muerte, miseria y desecación.

La venganza puede ser muy lucrativa. Durante las últimas 48 horas, la agencia Reuters informaba del rápido impulso, por parte de India, de siete proyectos hidroeléctricos, valorados en casi cinco mil millones de dólares, que se encontraban estancados a consecuencia del tratado fluvial mencionado.

Es sencillo transformar la realidad social en teorías conspiranoicas de sofá y manta, más propias de Netflix que de un análisis geopolítico. Más difícil es aceptar nuestras propias responsabilidades en la deriva del mundo. La colonización no solo nos permite la explotación de recursos materiales y pueblos, también ayuda a dibujar chivos expiatorios en aquellos que no tienen los recursos para responder al agravio.

Lo más triste aquí no son los intereses comerciales, que a diario cuestan cientos de vidas, tanto dentro como fuera de Asia. Resulta terrorífico lo fácil que es justificar un ataque con misiles, aunque dicho ataque tenga como objetivo una escuela, empleando solo dos sencillas palabras: terrorismo y talibanes.

Lanzar bombas es gratis si lo haces al grito de “cucaracha”. Nadie se quejará de que hagas el trabajo sucio o te manches las manos. Pero la excusa empieza a ser demasiado previsible y, en algún momento, deberemos plantearnos si nuestro miedo a la diferencia y esa islamofobia que hemos ido gestando a lo largo de la vida son suficientes para justificar masacres en nombre de la seguridad y la defensa de la propia cultura.

Los ojos de Occidente están hoy en el Vaticano. Esperemos que la mirada de alguien se pose, sin juicio y a tiempo, en el sur de Asia.

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