Por Toni Adan
Me han sugerido que escriba sobre el llamado “Reloj del fin del mundo” que, al parecer, actualmente coloca a la humanidad a 90 segundos del apocalipsis y nos sitúa en el peor registro de su historia. Este titular que hemos podido conocer a través de los medios de comunicación nos advierte de los riesgos a los que estamos expuestas las personas que habitamos este planeta llamado Tierra, según el cálculo simbólico que cada año efectúa un comité convocado por el Boletín de Científicos Atómicos.
Si profundizamos en esta historia, más allá de titulares alarmistas, nos encontraremos con lo siguiente: la buena noticia es que las manecillas se mantienen a la misma distancia que el año pasado. La mala, que el registro de 2023 fue el más preocupante desde que se puso se puso en marcha el dichoso reloj, allá por 1947.
La situación nos enfrenta a toda una serie de dilemas que van desde la bomba atómica a la pandemia de la COVID. La cuestión es: ¿Cómo repercute tanta crisis en nuestras vidas? En nuestro ánimo individual, en el colectivo. Como profesional de la psiquiatría, me pregunto: ¿Tenemos conciencia de todo lo que está ocurriendo en nuestro mundo (Ucrania, Gaza, Rusia, USA…) y de qué manera nos atañe, nos concierne, nos revuelve? Al meditar sobre ello me vienen a la cabeza algunas impresiones sobre un libro que estoy leyendo, Malestamos: Cuando estar mal es un problema colectivo, de Padilla, y Carmona.
El texto aborda las dificultades para definir ese sentimiento que recorre nuestras vidas en el contexto actual y que según los autores no es ansiedad, ni es depresión. Tampoco es euforia, ni siquiera inquietud… Es simplemente que estamos mal. Así, en general.
Me gustaría exponer algunas citas poderosas de esta obra que definen bastante bien lo que nos está pasando: “la realidad nos ha olvidado, y lo malo es que uno no se muere de eso”. O más adelante: “la gente estaba hundida en la pobreza, o en el mejor de los casos en la angustia y la desesperanza”.
En fin, volviendo al Reloj, creo que para soportar esta etapa no existe una cura privada. Mi consejo es tratar ese malestar creando afectos. Construyamos relaciones que nos brinden, pero también regalen, calidez y esperanza. Cuando el mundo se desmorona la mejor medicina es la empatía.