Por Jesús Estalayo
José Antonio Martín es voluntario de la Fundación Horizontes Abiertos en la cárcel de Dueñas, en la Asociación de Alumnos Voluntarios de Valladolid “ASALVO” y en el Centro Regional de Menores de Zambrana. Desde que se jubiló, hace 13 años, y tras 41 de docencia en un colegio de Valladolid, acude cada jueves y viernes al centro penitenciario de Dueñas, Palencia. Allí, este profesor de secundaria de Lengua y Literatura -también de inglés-, ofrece algo que va más allá de una enseñanza puramente académica. José Antonio siembra esperanza. Es el clavo ardiendo al que se agarran algunos seres humanos -lo son, mal que nos pese-, que hemos considerado como merecidamente apartados y olvidados porque representan un peligro para la sociedad.
Pero este voluntario de 78 años, nacido en Frechilla de Campos, Palencia, y vallisoletano de adopción, es diferente. Su vitalidad le obliga a salpicar un poco de ilusión también entre los malditos, los que han destrozado otras vidas además de la propia. Viendo su despliegue humanitario parece que el resto del mundo nos aferramos a una visión de las cosas tan reduccionista como extendida, porque es la vigente, por miedo, porque nos cuesta entrar en los detalles o porque, de momento, no hemos sabido resolver el problema de otra manera.
¿Hiciste previamente algún tipo de voluntariado o entraste directamente en el de centros penitenciarios?
Yo siempre he sido muy solidario con mi alumnado, con la gente… Cuando estás trabajando tampoco tienes mucho tiempo para otras actividades, pero cuando me jubilé me dije que mi vida no tenía por qué acabarse ahí. Con 65 años yo estaba perfecto para hacer mil cosas. Y lo que hice fue ir al Camino de Santiago, sobre todo para reflexionar sobre mi futuro, sobre qué quería hacer con mi vida a partir de ese momento.
Ese verano nos invitaron a una compañera y a mí a hacer el Camino de Santiago con presos de Navalcarnero, y la experiencia me pareció espectacular. Nunca había visto gente más feliz que ellos cuando estaban así, en libertad, con nosotros. Pude percibir su sinceridad, su cariño, un montón de cosas que no había experimentado nunca. Me gustó mucho la experiencia y pensé: ¿Por qué no puedo empezar a trabajar con presos de la cárcel? Así que empecé enseguida con ellos a través de Horizontes Abiertos y desde entonces llevo trece años haciéndolo.
Para mí la jubilación no es dedicarte a no hacer nada. Yo no hago más cosas porque no puedo. Y esas cosas se centran en la posibilidad de ayudar a la gente. También pertenezco a otra asociación que se llama ASALVO, de alumnado voluntario de Valladolid. Trabajamos de lunes a jueves y domingos, juntamos a 50 o 60 pobres de la ciudad, muchos de los cuales viven en la calle, y llevamos a unos 20 o 25 jóvenes del colegio, para que vivan esa experiencia. Les llevamos comida, bocadillos, fruta, yogures, pasteles (alguna pastelería nos da lo que les sobra de toda la semana), café… Y sobre todo, mucho cariño, porque les puedes dar de comer lo que quieras, pero el ver que hay personas que están pendientes de ellos, que les ayudan, que les dan un abrazo y que les preguntan qué tal están, les viene genial…
Teniendo en cuenta tu currículum, doy por supuesto que crees en las segundas oportunidades.
Por supuesto. Soy una persona muy abierta y muy cariñosa. En Dueñas trabajo con los reclusos en las pruebas de acceso y preacceso a la universidad para mayores de 25 años, también para Bachillerato y Secundaria, y como además de Lengua y Literatura soy profesor de inglés también les doy cursos. Eso lo hago los jueves, los viernes trabajo con el primer grado, estoy hora y media con ellos, más o menos, y hacemos muchas cosas, muy variadas… Depende del grado de conocimientos de cada uno, porque hay muchas categorías.
Y después trabajo también con el módulo de aislamiento, que es el módulo 15, que acoge, posiblemente, a los que más necesitan de nuestra ayuda. Es gente que se pasa 22 horas metida en su celda, no hablan con nadie, y cuando salen al patio pueden hablar con alguno o con ninguno. Están absolutamente solos. Valoran muchísimo el simple hecho de ver una persona que les transmite alegría, confianza… Yo no les juzgo nunca, trato de motivarles positivamente, animarles… Eso les viene genial, un poco de aire fresco dentro de una vida carcelaria que, para ellos, es horrible.
¿Se te hace duro?
Se me hace duro cuando salgo de la cárcel. Me da muchísima pena dejarlos allí porque conozco su sufrimiento. Lo que quieren, sobre todo, los del módulo 15 y los del 9, que son los del primer grado, es contarte sus penas, su dolor, hablarte de su gente, de su mujer, de sus cosas… Y acabas cargando a tu espalda un montón de problemas. Sí, a veces se hace muy duro.
¿Ellos responden a lo que les ofreces?
Perfectísimamente. Yo les transmito mucho cariño y personalmente se lo digo, cuando me preguntan: ¿Jose, por qué vienes aquí? Y les digo: porque os tengo mucho cariño, ni más ni menos. Todos ellos tienen mi teléfono y mi dirección de casa, para que el día que no estén en Dueñas y estén en otro sitio me puedan escribir, me puedan llamar, pueda seguir en contacto para ayudarles, para animarles, para cien cosas… Hay muchísimos que me escriben, que me llaman, que me envían mensajes de WhatsApp incluso desde Pakistán, Marruecos… desde mil sitios.
Yo no puedo ser solidario hasta un punto dado, lo soy a corazón abierto, al cien por cien, porque creo que lo que más les impresiona es la confianza con la que les trato. Siempre desde el cariño, la amistad, soy una persona alegre y les gasto muchas bromas, soy muy familiar con ellos.
¿Hay que ser de una pasta especial para hacer lo que haces?
Sinceramente, creo que sí. Es una cuestión de carácter. Mis estudiantes del colegio me adoraban. Yo soy así, soy una persona muy abierta y creo que caigo simpático y agradable, siempre he estado pendiente de los problemas de cada una de estas personas. Les llamaba para preguntarles ¿Qué haces?, ¿qué tal estás?, ¿qué estás preparando?, para motivarles, que es algo clave.
¿Te compensa?
Muchísimo. La famosa frase de “recibes más de lo que das”, yo creo que en este caso está plenamente justificada. Yo recibo mucho de ellos. Mucho cariño, mucha solidaridad, muchísimo agradecimiento. Si te enseñase las cartas que tengo de los presos que me escriben una vez que están fuera, absolutamente todas son de agradecimiento y cariño. Hay algunos que me han dicho, por ejemplo: “si yo te hubiera conocido antes, no estaría aquí”.
Tengo mil experiencias con ellos porque yo me implico mucho y me aceptan superbién. El boca a boca funciona también dentro de la cárcel. Por ejemplo, en el módulo de aislamiento, donde solo se me permite atender a tres, tengo lista de espera para trabajar con ellos. Yo les doy clase algunos días, pero sobre todo, les escucho, porque tienen necesidad de hablar, de abrirse a personas que les den confianza y escuchar, de vez en cuando, alguna palabra bonita de ánimo.
Sé que la mayoría han cometido delitos horribles, porque no tienen reparo en contármelo, pero yo no les juzgo y les hablo del futuro en positivo, de su familia, de sus hijos…
Tengo también mucha relación con los familiares de los presos a través de WhatsApp, o del teléfono, y eso me ayuda mucho para entablar una buena relación de amistad y confianza con ellos y con sus familias. Me da buen resultado porque a las familias les digo cómo se encuentra su hijo, su marido o su padre, y al mismo tiempo me comentan cosas para que se las diga a los internos. Eso les encanta porque a veces hay familias que no quieren saber nada de ellos, y ahí entro yo, para decirles que está cambiando o que está muy arrepentido de todo lo hecho.
¿Has llegado a pasar miedo alguna vez?
Nunca. Cero. Mucha gente me pregunta esto. Cuando he hablado en tutorías sobre mi trabajo en la cárcel, la pregunta que siempre me hacen es esa, si no tengo miedo, si alguna vez me han amenazado… Al contrario, a mi mujer que al principio tenía miedo, yo le decía: “Si alguna vez me matan en la cárcel será a abrazos”.
Habrá, seguramente, mucha gente que piense que quienes están en la cárcel no merecen un esfuerzo como el que tú estás realizando. ¿Puedes comprenderles?
No. Hay muchísima gente que me dice eso. Me encontré a un vecino en el ascensor y me vio con la mochila. “¿Pero tú no estás jubilado?”, me dijo. “Sí”, le respondí, “pero voy a dar clases a los presos de Dueñas”. “¿A esos hijos de puta?”, me contestó. Queda claro que mucha gente no entiende nada. Estamos hablando de los absolutamente olvidados de la sociedad. Están allí metidos y nadie, nadie, se acuerda de ellos. Cantidad de personas me dicen: “Podías dedicarte a ayudar a tus escolares. Esos no se merecen nada”. Otro ejemplo: cuando pasó lo del 11M, mi hija solía hacer todos los días ese trayecto, y por esas fechas justo se había desplazado fuera. Me preguntaron: ¿Si a tu hija la hubieran matado en uno de esos trenes, tú hubieras seguido visitando la cárcel? Y les respondí: “Sí, por supuesto”. Porque, de hecho, he dado clase a varios presos del 11M.
Entonces, mirando hacia atrás, ¿crees que este camino ha merecido la pena?
Por supuesto. He estado trabajando todo el verano con ellos, porque es cuando más lo necesitan y cuando no hay ningún tipo de actividad. Y ahora, durante septiembre y octubre, cojo dos meses «de relax», diríamos. A veces hay que desconectar. Pero fíjate que esa desconexión, casi más que por los de Dueñas, la puedo necesitar por los de Zambrana. Es un centro regional de menores, y lo que trabajo con ellos son valores. Pero al ser menores se hace más duro todavía. Estos sí que me quitan media vida, de verdad. Son auténticos dramas, te abrazan y no quieren soltarte.
El otro día vino un chaval. Estábamos hablando de problemas de autoestima, y le dije: “¿Tú que opinas de esto?”, y me respondió: “Yo solo quería decirte que te quiero muchísimo”. Y en general, cuando llego vienen a abrazarme todos y cuando me voy, lo mismo. Es muy satisfactorio pero al mismo tiempo tengo mucha responsabilidad porque hay que devolverles, al menos, un poco de lo que te dan. Y estos necesitan muchísima ayuda, porque las estancias en estos centros son muchísimo más cortas y en ese tiempo tienes que trabajar mucho más fuerte que en el caso de los de la cárcel, que pueden estar allí más de 20 años.
¿Ves, en tu entorno, más gente haciendo tareas similares a las tuyas?
Hay muy poca gente. Probablemente por dos motivos: primero, las connotaciones negativas que conlleva todo lo relacionado con la cárcel, que la convierten en un mito. Y segundo porque tienes que tener una preparación especial para trabajar con esta gente. Esa capacidad para tratarlos puede adquirirse en profesiones como la mía, o como la de un médico, que te facilitan la posibilidad de acumular experiencia y te mantienen en contacto con los demás. Para muchos es difícil arriesgarse a hacer un voluntariado de este tipo.
Desde tu experiencia, ¿cómo ves el momento actual y el futuro del voluntariado? ¿Hay esperanza para la solidaridad o predomina el ego y la inacción?
Lamentablemente creo que predomina lo segundo. Hay otro voluntariado en el que acompañas a personas enfermas, a mayores, a menores… que está muy bien, pero este es un voluntariado muy especial, y ni todo el mundo vale para llevarlo a cabo, ni todo el mundo tiene ganas de meterse en semejante lío.
Yo llevo ya trece años involucrado en la atención a personas reclusas y estoy deseando que llegue noviembre para volver a trabajar. Tengo una muy buena relación con las personas dirigentes de la cárcel, que son muy majas. Puedo, incluso, hablar de amistad con la directora y con la subdirectora.
Respecto a si hay futuro: siempre. Aunque también es cierto que he visto mucha gente que de una forma u otra y por mil razones diferentes lo han ido dejando. Yo estoy convencidísimo de que la vida tiene sentido si haces algo por los demás y cada uno tiene infinidad de formas de hacerlo, aunque luego, como decía Serrat, “cada quién es cada cual”.