Por Elena Crimental
“Si puedo ayudar con mi conocimiento a que alguien salga adelante y tenga éxito, con eso me conformaría”, expresa con firmeza, pero repleta de agradecimiento, Cristina Ventura. Para esta profesora de Ingeniería en Diseño Industrial y Desarrollo de productos en la Universidad CEU San Pablo, su colaboración con distintas incubadoras se basa en compartir conocimientos e impulsar la igualdad de oportunidades. Por eso tiene tan claro que mediante el voluntariado es posible ayudar a resolver retos sociales y a salvar la barrera existente entre este ámbito y el mundo empresarial.
Ventura lleva desde los inicios de la aceleradora formando parte de un proyecto que cuenta con una edición presencial y con otra digital. Además, ella también se encarga de coordinar otros programas de emprendimiento, pues se nota que es un tema que le apasiona. Con calma y cariño asegura que compartir su conocimiento le “aporta una riqueza personal tremenda”. Sobre todo, cuando hace voluntariado, ya que afirma que las personas con las que trabaja en Incubadora Con Valores “valoran mucho más el tiempo y la formación” que ella pueda aportar, de modo que eso le hace sentir “una gratitud enorme”.
No solo le aporta esa satisfacción, sino que al mismo tiempo asevera que siempre se aprende del alumnado y de sus situaciones, aunque sea porque ve que “han pasado por baches terribles y que, pese a todo, son capaces de superarlos y de salir adelante”.
¿Cómo descubres Incubadora Con Valores y qué te anima a participar en el proyecto?
Lo descubrí a través de Melquiades Lozano, el fundador de la incubadora, a quien había conocido en un instituto de investigación, donde yo estaba desarrollando mi tesis doctoral y él su trabajo de fin de carrera. Luego mantuvimos la relación laboral y un día vino a mi despacho en la universidad para contarme el proyecto y lo vi tan claro.
Melquiades decidió que quería aprovechar su experiencia en el mundo profesional y vio que había un nicho y que se podía lograr que profesionales ayudaran a personas sin recursos. Él contaba historias tremendas que había escuchado mientras realizaba voluntariado, de gente que por distintas situaciones estaba en total desamparo.
Me explicó cómo hacer que estas personas pudieran obtener formación a través del mundo empresarial, así que le dije que sí. De hecho, durante ese primer año yo tenía una asignatura que también involucramos con el proyecto, porque consistió en desarrollar la imagen corporativa de la asociación.
Esta iniciativa nace para poner solución a la desconexión existente entre el mundo social y el empresarial, ¿cómo intentáis solventarla?
Por un lado, hay gente que a lo mejor emigra o que, por situaciones de enfermedad u otras circunstancias, de repente lo pierde todo. Muchas veces tenemos una predisposición a asociar a las personas sin recursos con quienes han hecho mal las cosas, y no tiene por qué ser así.
Por otro lado, veíamos que había muchas empresas que tenían formación suficiente y también la posibilidad de ofrecer trabajo a pequeños grupos de personas emprendedoras que, aunque quizá no podían formar parte de la empresa, esta sí podría deslocalizar una parte de su producción o incluso contar con una mano de obra muy especializada para un trabajo concreto.
Es ahí donde veíamos que se producía una desconexión que queríamos salvar, al detectar las necesidades que tenían las empresas al mismo tiempo que las necesidades que tenían esas personas sin recursos. La incubadora nace precisamente de esa idea de inicio, para ver qué puntos comunes podríamos encontrar y generar enlaces entre personas en riesgo de exclusión y profesionales empresariales.
Dado que el principal objetivo de la Incubadora es defender la vida autónoma de personas en riesgo de exclusión social, ¿qué herramientas y conocimientos concretos les aportáis?
Hay dos aspectos muy importantes. Uno sería la parte informativa relacionada con generar modelos de negocio y otro la parte de coach o de empoderamiento, porque tenemos que pensar que son personas que, normalmente, están sufriendo bastante. Entonces, antes de aportar contenidos muy técnicos hay que darles confianza de que lo pueden hacer, de modo que combinamos ambos tipos de formación.
Para ello trabajamos con metodologías ágiles, como el Modelo Canvas, para que aprendan con qué riesgos se pueden encontrar y cómo dar con soluciones. También les enseñamos a realizar sus propias investigaciones para que incluso puedan pivotar en un negocio y de ese modo puedan ser completamente personas autónomas.
El programa consta actualmente de doce semanas de formación y mentorías, ¿es difícil condensar el aprendizaje en ese breve espacio de tiempo para lanzar proyectos que tengan éxito?
Sí que es difícil, pero al mismo tiempo que sea tan intenso es muy positivo porque se sumergen por completo. Es una cosa que comentamos mucho, si valía la pena hacerlo tan condensado o alargarlo en el tiempo. Pero nos dimos cuenta que al extenderlo quedaba mucho más disperso, por lo que preferimos que estén enfrascados totalmente en el proyecto durante doce semanas.
Aunque ahora también estamos promoviendo la repesca de proyectos, para quienes necesitan más tiempo para expandirse, por lo que no es como si pasadas esas semanas les dijéramos que ya no hay nada más, es solo que ese periodo nos sirve para conseguir que empiecen a volar.
En tu caso, que eres mentora desde hace cuatro años, ¿en qué consiste la labor que desempeñas con el alumnado?
Lo que hago habitualmente es primero una sesión de presentación para ver las inquietudes que tiene cada persona dentro del proyecto y, a partir de ahí, darles herramientas. Hay que tener en cuenta que muchas veces partimos de un nivel muy básico, pues hay quién no sabe crearse una cuenta de Gmail, por lo que al principio hay que detectar cuáles son las necesidades básicas para que puedan moverse, y ya a partir de ahí empezamos a desarrollar.
El objetivo final es que entiendan que un modelo de negocio siempre va dirigido a un cliente, por lo que tiene que haber un mercado. Cuando entienden ese concepto es cuando empiezan a surgir los procesos. Pero primero tienen que interiorizar que, por mucho que tú tengas una idea, si no hay un mercado que pueda comprarla, el modelo de negocio no existe. Eso es lo que intentamos trabajar desde el principio, que comprendan esa relación para que una idea realmente se transforme en un proyecto concreto.
Has comentado que la brecha tecnológica suele ser fuerte. ¿Cómo la trabajáis para intentar salvarla?
Sí que es fuerte, porque hablamos de gente sin recursos. En muchas ocasiones hemos tenido que cederles ordenadores para que pudieran trabajar, porque solo tenían el móvil. Por tanto, sí que nos encontramos con un problema de brecha tecnológica.
Uno de los puntos de inicio es el de solucionar sus necesidades básicas, incluso a través de recomendaciones de vídeos de YouTube o de alguna formación concreta para que sean capaces de desenvolverse por su cuenta, de manera que en quince días esté el alumnado totalmente familiarizado con los recursos tecnológicos que vamos a necesitar.
¿Qué tipo de perfiles se presentan a la incubadora?
Los perfiles son sobre todo personas que, por alguna circunstancia, han trabajado en el sector servicios, en especial a un nivel laboral muy bajo. Pero también tenemos perfiles de población migrante que por diversos motivos no tiene trabajo o ha trabajado solo realizando tareas domésticas.
¿Cómo les ayudáis a decidir por qué proyecto de negocio decantarse?
La primera edición sirvió de piloto, porque decidimos ver con qué ideas venían. Pero claro, nos dimos cuenta de que eso era muy complicado, porque como no tienen formación empresarial, no conocen bien la demanda de mercado o cuáles son las tendencias de los nuevos modelos de negocio. Entonces dejar que tomaran esa decisión era muy arriesgado y lo que hicimos fue crear un grupo interno de trabajo para detectar en qué sectores realmente hacía falta generar nuevos modelos de negocio.
A partir de ahí les hacemos propuestas y les decimos, por ejemplo, que tenemos quince modelos de negocio para que se puedan identificar con el que más les guste. Sí que es verdad que a lo mejor alguien viene con alguna idea y entonces lo que hacemos es hablar para ver si realmente es posible o no. Después se organizan en equipos en función, gracias a lo cual el trabajo es más efectivo, aunque luego no les obligamos a que el modelo de negocio sea también en grupo, sino que pueden tomar la decisión de trabajar de manera individual.
Después de la Incubadora, ¿cuál es el seguimiento del alumnado que mencionabas hace un rato?
Normalmente lo que hacemos es un seguimiento a través de la base de datos que tenemos y de los contactos de WhatsApp, para ver cómo está su situación. ¿Qué ocurre? Que hay gente que encuentra trabajo y deja el proyecto, lo cual está muy bien porque es una de las finalidades. Otra gente sigue adelante y al principio le cuesta un poquito, como es normal. Así que vemos el estado en que se encuentran y ofrecemos mentorías, cada dos meses aproximadamente, para ver cómo hacer crecer el negocio.
Según tu experiencia, ¿es fácil emprender en España? ¿O qué medidas podrían implementarse para fomentar el emprendimiento?
Sobre todo, lo que necesitamos es agilidad en los temas de gestión y fiscales. Porque tenemos gente con muy buenas ideas, con muy buenos proyectos, pero que, por burocracia, por administración, por los costes tan elevados que supone darse de alta en autónomos… pues lo tienen muy difícil. Es importante que podamos emprender en condiciones o, por lo menos, con condiciones iguales que en otros países, donde la tasa de autónomos es mucho más baja y donde a lo mejor el primer año que montas una empresa no tienes una carga fiscal importante o solo pagas por los beneficios.
Al final emprender un negocio tiene tantas trabas burocráticas y tantos costes iniciales que hace que mucha gente no pueda seguir adelante. ¿Cómo un emprendedor puede empezar con una cuota de autónomos de 300 euros mensuales si todavía no ha vendido un producto o un servicio? Es ilógico. Después, si el negocio te va bien, tributa como tributamos todos, pero hay que dar un poco de confianza inicial.
Entonces, ¿es la burocracia una barrera de acceso que de entrada dificulta emprender, sobre todo a aquellas personas con menos recursos?
Totalmente. Primero, por la brecha digital que comentábamos, porque a nivel de burocracia, la mayoría de las ventanillas presenciales están inactivas o tienen grandes listas de espera, y hay personas que no son capaces de hacer un trámite online como pedir el impuesto sobre actividades económicas, que sería uno de los primeros papeles que necesitaría para empezar su actividad.
Además, nos encontramos con problemas de regularización, pues tenemos muchas personas que vienen de fuera, con lo cual no están regularizadas a nivel de papeles, y eso también es un impedimento muy fuerte para que puedan crear una empresa o ser trabajadores autónomos. Ahí nuestra asociación también juega un papel importante en todo el tema de asesoramiento legal, para estas personas que necesitan ese tipo de ayuda.
En base a lo que has vivido, ¿animarías a otras personas profesionales a compartir su experiencia a través del voluntariado?
Sí, totalmente. Las personas que por suerte hemos podido llegar a un cierto nivel de conocimiento y de aprendizaje tenemos que compartirlo. No nos lo podemos quedar, o al menos yo no entiendo a quienes han adquirido una experiencia tremenda y no son capaces de compartirlo para que otras personas puedan aprovechar ese know-how y disponer de sus propios medios de vida.
Es que sería muy egoísta, así que, si yo tengo la fortuna de poder aportar conocimiento y experiencia, me veo con la obligación de hacerlo, para que otras personas se beneficien y toda la sociedad pueda crecer junta. Si es que aquí hay trabajo para todo el mundo, lo que pasa es que hay que fomentarlo, enseñar a la gente a pescar para que podamos salir adelante. Esa es mi filosofía.