Inclusión, la asignatura pendiente de la cultura en España

Blanca Duque Serrano

Reír a carcajadas con un monólogo. Llorar con la escena más cruda de una película. Analizar los matices de un buen cuadro. Emocionarse con el arte. A nivel nacional se pueden encontrar una gran variedad de ofertas culturales que consiguen hacer que la audiencia sienta, se evada o disfrute. Sin embargo, millones de personas no pueden consumir estos productos porque no están preparados para ellas.

Javier Tejada es un joven de 21 años que se quedó sin visión poco después de nacer. Para él, el acceso a la cultura es bastante limitado: “Hay cosas que no están preparadas para las personas invidentes. Por ejemplo, al visitar un cine, las películas no están audioescritas. Solamente hay en Madrid algunos espacios. Igualmente sucede con los teatros”.

Los avances tecnológicos permiten a personas ciegas acercarse a series y películas. Gracias a la ONCE y a los dispositivos electrónicos, existe Apolo, un reproductor de películas audiodescritas que permite acceder a un catálogo de contenido adaptado que ofrece la organización.

Aunque existen otras aplicaciones similares con catálogos de audiovisuales audioescritos y audiolibros, esto no siempre ha sido así. “De chico, yo veía dibujos y entendía lo que sucedía al escuchar los diálogos, de hecho había algunos más preparados como los de Peppa Pig o Caillou que narraban lo que sucedía: te contaban si el protagonista estaba pasando por un río o si se estaba tirando al agua. Con Tom y Jerry por ejemplo, no pasaba”, explica Javier.

Su madre, Rosa Gómez, complementa el relato llevándolo a la actualidad: “Cuando vamos a algún sitio o vemos una película en casa, siempre buscamos que sea audioescrita. Cuando no la hay, Javier se pierde y hay que estar constantemente actualizándole: ‘¿Qué ha sucedido? Uy, pues acaba de caer por la escalera y se están riendo’”.

Escasez de espacios accesibles

La cantidad es un factor que juega un gran pesa esta situación. Los espacios y las obras inclusivas son escasas en los entornos rurales. Son pocas las salas de cine, teatros y espacios habilitados en los conciertos. Además, el número de obras accesibles en los museos es escaso. “De 15 obras, a las personas con discapacidad visual se les enseñan 3”, denuncia Rosa.

Javier y su madre ponen como buen ejemplo una exposición fotográfica en Córdoba. Se trataba de una obra elaborada por una artista que se estaba quedando ciega y quiso hacer una exposición inclusiva. Todas las instantáneas contaban con réplicas en 3D para que pudieran tocarlas. “Me gustó tanto una de sus imágenes que me la regaló”, recuerda Javier.

El voluntariado, clave en la lucha por la inclusión

En el Boletín Oficial del Estado “se reconocen las lenguas de signos españolas y se regulan los medios de apoyo a la comunicación oral de las personas sordas, con discapacidad auditiva y sordociegas”, según la Ley 27/2007, de 23 de octubre. A pesar de ello, son las asociaciones y sus voluntariados quienes siguen luchando por hacer valer esa inclusión en las áreas culturales.

“Esa ley se aprobó hace casi 10 años; en 2011 se reconoció a nivel andaluz y el año pasado apareció un Real Decreto, pero sin presupuesto es difícil que salga adelante”, denuncia Daniel Aguilar, persona sorda y presidente de la Sociedad Federada de Personas Sordas de Málaga.

¿Cómo consiguen luchar por las condiciones que merecen? «De forma voluntaria», responde. «Nosotros somos los que tenemos que seguir reivindicando, pidiendo, exigiendo, manteniendo reuniones y presentando propuestas», expone mientras tiene sobre la mesa un folleto de la 22 edición de Mujeres en Escena, un evento que este año ofrecerá su contenido acercándolo a las personas sordas, gracias a su labor. «Esto ha sido un éxito para nosotros; hace 22 años que se realiza y es la primera vez que se consigue», afirma.

Entender la cultura sorda

Ante la falta de apoyo público, personas sordas como José Antonio Pinto se han convertido en las alternativas que el Estado no aporta. Voluntario en el Centro Altatorre de Personas Sordas de Madrid y en la Sociedad Federada de Personas Sordas de Málaga, Pinto explica que uno de los grandes problemas es que la cultura no es diversa. Menciona cómo en la sociedad detectan rápidamente a quien va en silla de ruedas, pero afirma que la población sorda es invisible. “La mayoría de la sociedad no conoce la lengua de signos ni la cultura sorda. No hay empatía, no somos capaces de ponernos en el lugar del otro”, denuncia.

Tanto Aguilar como Pinto mencionan el concepto de la bicultura: “Hemos crecido con valores que la sociedad en general desconoce: el arte de las personas sordas, cómo sienten, ya sea la poesía, el teatro o la música. Todo ello se adapta a la lengua de signos”, explica Pinto.

Pinto acompañando a Rosana, persona sordociega, en un paseo por Madrid | Imagen extraída de la campaña #SomosVisibles de la PVE

Al igual que una traducción exacta del inglés al castellano puede perder información, la adaptación de obras a la lengua de signos a veces pierde utilidad para algunas personas sordas. “En la televisión, en los informativos, aparece una intérprete, pero eso no ocurre con el arte. Debe existir un trabajo visual y de identidad para conseguir que sea atractiva y conectar con la comunidad sorda”, detalla Pinto.

La concienciación y la formación son indispensables para luchar contra la exclusión de las personas sordas. «Falta mucha formación; por supuesto, campañas de sensibilización que puedan ayudar a abrir los ojos», comenta José Antonio.

Diferencia entre integración e inclusión

Crear un evento cultural y luego intentar adaptarlo puede llevar a errores de accesibilidad que se solventan rápidamente consultando con asociaciones. Así lo recomienda Daniel Aguilar.

Por su parte, Antonio Zafra, actor sordo postlocutivo, anima a la sociedad a comprender el significado de la cultura inclusiva, diferenciándolo de la integración: “La inclusión es pensar los proyectos desde el inicio para todos los colectivos, mientras que la integración es adaptarse, una vez se haya creado, a las necesidades de cada cual. La inclusión anticipa las dificultades y las soluciona antes de empezar”.

Para el actor, contar con esta forma de trabajar no solo mejora la accesibilidad, sino que también abarata costes: “Si diseñas un edificio sin rampas adecuadas, luego tienes que reconstruirlo. Con la cultura pasa lo mismo. Apuesten por la inclusión, que les saldrá hasta barato”, señala.

La rentabilidad de ser accesible

Desde un punto de vista económico, acercar la cultura a las comunidades de personas sordas o ciegas se traduce en beneficios directos para la producción. “El trabajar por la inclusión es fundamental si quieres tener esa audiencia. Somos 1.230.000 de personas sordas o con problemas de audición en España. Si vamos a lo práctico, estás desechando un buen número de personas que pueden ver tu obra audiovisual”, comenta Zafra.

Además, Antonio Zafra desarrolla la idea de la rentabilidad de los subtítulos, ya que considera que no son tan costosos frente a otro tipo de adaptaciones, y permite que personas no nativas o quienes consumen contenido en un medio de transporte puedan ver la producción.

Daniel Aguilar, el Presidente de la Sociedad Federada de Personas Sordas de Málaga, concluye con un mensaje claro para todas las personas que trabajan en la cultura: “Que no se olviden que también existimos nosotros, que somos personas sordas, pero somos personas y queremos disfrutar en igualdad de condiciones del arte, el teatro y de la cultura en general. Queremos sonreír, emocionarnos y participar en la cultura».

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