Qué nadie se confunda. Este no es un artículo “contra”. Es una opinión sobre las contradicciones que me genera ser una mujer que se ha puesto las gafas violeta.
Cuando empecé a aprender sobre feminismo junto a mis amigas, nunca hubiera imaginado el maravilloso impacto que tendría en nuestras vidas. Nosotras, que nos construimos cuando se decía que Kate Winslet no era suficiente mujer para Leonardo DiCaprio y se condenaba a Britney Spears como una mala influencia. Nosotras, que anhelábamos las historias de amor de las películas donde la protagonista ablandaba el corazón de la bestia y lograba su cuento de hadas.
Años más tarde nos daríamos cuenta del daño que estas narrativas estaban causando. Que irónico resulta ver ahora que aquella protagonista no protagonizaba su propia historia y que todo lo que le pasaba iba al compás de los hombres que la ambicionaban. Algunos podrían considerar esta interpretación excesiva o manipulada, a veces incluso yo dudo. En esos momentos, me planteo: ¿Sería creíble la misma historia, pero al revés? ¿Existe en nuestro imaginario un protagonista masculino similar?
Nos hallamos, de esta manera, teniendo que desenmarañar toda esa información y creencias aprendidas, poniendo en cuestionamiento todo lo que nos habían dicho que teníamos que ser, las relaciones a las que debíamos aspirar. Afortunadamente, otras habían allanado ese camino antes. Y a pesar de todo… cómo cuesta andarlo.
Somos la generación cuyas madres inculcaron que debíamos ser independientes económicamente, tener un trabajo para no depender de nadie… Lo cierto es que no les faltaba razón, ellas lo sabían bien. Pero ¿y si hablamos de la independencia emocional? Eso es harina de otro costal.
Creo que es justo decir que las mujeres hacemos un esfuerzo extraordinario -tanto individual como colectivo- para avanzar hacia la igualdad. Resistimos para no habitar imperativamente el lugar que nos han otorgado en la sociedad. Así y todo, debo reconocer que la mayoría de los días me encuentro en una contradicción constante. No quiero someterme a la dictadura de la belleza, pero me agobia el paso del tiempo en mi rostro. Quiero ser escuchada, pero me callo por no molestar. Ya no anhelo un amor romántico, pero quiero amor romántico. ¿Cómo se lidia con estas contradicciones?
Creo que una de las conversaciones más recurrentes con mis amigas es si es posible tener una relación de pareja heterosexual realmente igualitaria cuando todavía no vivimos en ese mundo. Admito que lo disfrutamos, nos sumergimos en un laberinto de reflexiones y pensamientos que suele acabar con el mismo chascarrillo, «Joder con el feminismo».