Nada que celebrar

María Navas

En estos días se acumulan efemérides de muchas cosas. Compruebo obviedades, como que no todas provocan alegría o son motivo de celebración.

Por ejemplo, se cumple una semana de la tragedia de Valencia, un suceso funesto que ha generado mucho dolor, aunque también una marea de solidaridad. Se cumplen dos años de guerra en Ucrania, no os perdáis, por cierto, la viñeta de Malagón; de este tema mejor no añado nada.

También está por llegar el sexto aniversario de aquel 8M que movilizó a millones de mujeres reclamando la igualdad. Mujeres jóvenes, mayores y por supuesto niñas. Morenas, blancas, con rostros de todo tipo. Con toda clase de clases. Mujeres de aquí y de allá. Fue como agitar un refresco después de haberlo movido sin cuidado. Como descorchar una botella de cava que sacas de la nevera, ignorando sus burbujas, su fuerza y efervescencia. Explotamos de amor y también de hartazgo. Sobre todo, comprendimos que tanta lucha y competición entre nosotras, además de ser muy cansina, resta fuerza para enfrentarse a quienes de verdad nos oprimen. Descubrimos palabras frescas -casi sin usar- para nombrar emociones nuevas, como sororidad o empoderamiento. Nos cubrimos de violetas y entonamos canciones juntas por las calles. Se nos hizo de noche, pero no tuvimos miedo. Supimos que somos la mitad del mundo y que unidas no nos tocan.

Pero luego, llegó la pandemia del Covid y también la otra. La que nos ha dividido en feministas de dos bandos. La que nos rompió la hermandad en pedacitos y nos enfrentó de nuevo, como siempre.

Echo de menos aquellas manifestaciones tan vibrantes. Aquellas mujeres que fuimos y no nos dejan ser. Lo siento por todas.

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