Desde hace casi una semana, Los Ángeles es el epicentro de la movilización ciudadana contra las políticas migratorias de la administración Trump. Las manifestaciones – iniciadas en California- ya se han extendido a otras grandes ciudades, como Nueva York, Austin, Atlanta o Boston, dejando cientos de detenidos por todo el país. Mientras tanto, el presidente Trump se refiere a los manifestantes como “invasores extranjeros”.
No es necesario viajar a EE. UU. para tomar conciencia de las apropiaciones lingüísticas que se llevan a cabo desde el poder de las instituciones. Aquí, en casa, tenemos al Real Museo de la Lengua Española, un claro ejemplo de cómo embalsamar verbos a cambio de “cocretas” ocasionales, con las que evitar acusaciones de despotismo ilustrado. Alerta de spoiler: pocos idiomas están abiertos a tolerar semejantes cortejos fúnebres.
Las palabras, verbos —e incluso la propia sintaxis— son capital y patrimonio del pueblo. El modo en que nombramos el mundo no es solo gramatical, es también filosófico y político. En el momento en que palabras y expresiones como “manifestación” o “tomar las calles” son entendidas como afrentas, quizás hemos perdido el derecho a esgrimir unos derechos que nunca fueron regalados, sino conquistados.
La Segunda Enmienda a la Constitución estadounidense —el derecho a portar y poseer armas de fuego— no se integró en la carta magna pensando en magnates que llevan practicando la endogamia desde que embarcaron en el Mayflower. Su objetivo era proteger el sistema democrático frente a la opresión de la tiranía, no dotar a un dictadorzuelo electo de las herramientas necesarias para aterrorizar a una nación entera a punta de fusil.
Si esos republicanos de manual —que ahora organizan barbacoas los domingos recordando tiempos en los que llevaban capirote blanco y prendían fuego a cruces— hiciesen el más mínimo esfuerzo por recordar el objetivo de sus padres fundadores, la mayor parte de los integrantes de la Asociación del Rifle dejarían de comportarse como psicópatas salidos de La matanza de Texas y apuntarían con sus AK-47 al Despacho Oval. No tolerarían, bajo ningún concepto, a un gobierno que considera legítimo arrestar a la sociedad civil organizada y tratar a los manifestantes del mismo modo que lo hacía en Rusia la casa Romanov.