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Permitámonos estar mal

Por Irene Ortiz

El cuerpo siempre se levanta por las mañanas. Abrimos los ojos, observamos el techo durante unos minutos, suspiramos mientras volvemos a la realidad y nos levantamos de la cama con la idea -o la esperanza- de que va a ser un gran día. Activamos mente positiva y nos predisponemos a asumir todas nuestras responsabilidades. A tirar pa’lante.

El cuerpo siempre se levanta por las mañanas. Siempre encuentra una excusa para seguir moviéndose, para mantenerse erguido. Hasta que un día, nuestra cabeza se bloquea. Y de repente, que pensábamos que nuestro cuerpo lo era todo, resulta que no es nada si nuestra cabeza no funciona.

“Sé positivo, sonríe, puedes con todo. Sé positivo, sonríe, puedes con todo. Sé positivo, sonríe, puedes con todo”. Así, en bucle, día tras día. Porque hemos construido una sociedad de positivismo donde no tiene cabida la tristeza. Un mecanismo que, según el filósofo Byung-Chul Han, “es una forma de violencia sutil que elimina la diversidad, la alteridad y la complejidad del mundo”. Limitarnos a la incomprensión, a la irracionalidad y a contemplar la realidad a medias.

El problema es la invalidación de las emociones negativas. Le tenemos miedo al dolor, tanto propio como ajeno. No sabemos qué hacer con la pena. Y ante esta falta de aceptación y de entendimiento, surgen trastornos como la ansiedad o la depresión que nos adhieren a la idea de que no somos aptos para la vida porque no encontramos la felicidad. Y esto, es crear un contexto erróneo de lo que es vivir.

Seguimos viendo mal el hecho de estar mal porque no nos permitimos estarlo. Y al no permitírnoslo a nosotros mismos, se lo negamos a los demás. Y entonces prejuzgamos y señalamos con el dedo, porque el sufrimiento en la complejidad de otras pieles lo etiquetamos de anómalo en nuestra sociedad de títeres de la felicidad. Como si el dolor nos matara. Y lo que nos mata es no darle el espacio que merece.

Nadie pide comprensión, pero sí aceptación. Pongamos en práctica la empatía y, sobre todo, limitémonos a escuchar. A veces, vale más el silencio que la palabra.

Del libro de Jane Eyre rescato la siguiente frase: “No luche consigo misma como un pájaro que destroza su propio plumaje en su desesperación”. Dejemos de ser nuestros propios enemigos. Permitámonos estar mal y busquemos ayuda -si lo consideramos necesario- antes de que sea demasiado tarde. Cuidemos nuestra mente para que el cuerpo siga levantándose todas las mañanas.

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