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Lo que Nela me enseñó

Por Fermín Núñez

Desde el mes de julio, tenemos en la familia un nuevo miembro: Nela es una perrita de apenas un año de vida, que ha nacido y se ha criado en el campo, y que aún hoy sigue adaptándose a vivir en un área urbana. Durante todo este tiempo, de buena mañana, doy largos paseos con ella pertrechado de las habituales bolsas y golosinas que a buen seguro usáis también quienes tenéis la suerte de disfrutar de compañía canina.

Estos paseos se han convertido en una oportunidad para pensar, un paréntesis en este tiempo acelerado que nos ha tocado vivir. La observación del comportamiento de Nela me ha llevado a sorprenderme en multitud de ocasiones, sobre todo cuando aún estaba recién llegada, cuando su nuevo hogar, el edificio e incluso el gran parque de debajo de casa, se le hacían lugares hostiles.

En mi día a día, trabajo en un ámbito que me obliga a manejar la información para hacerla fácil de entender a personas que tienen dificultades de comprensión, a través de sistemas relacionados con la accesibilidad cognitiva. Vaya palabro, ¿no? En principio, la accesibilidad cognitiva beneficia a personas con discapacidad intelectual y del desarrollo, personas mayores con algún deterioro cognitivo, personas que no entienden bien el español, etc. Pero, de alguna forma, nos acaba ayudando también a cualquier mortal cuando nos enfrentamos a nuestros particulares lugares hostiles: el aeropuerto de un país del que desconocemos el idioma, la sentencia redactada en lenguaje jurídico, la letra pequeña del contrato mercantil…

Volvamos a Nela, porque en aquellos paseos primerizos, ella me hizo darme cuenta de lo importante que es ponerse en el lugar de quienes no comprendemos la información en algún contexto determinado, y lo frustrante que puede resultar encontrarse en un lugar nuevo que no comprendes.

Una de las cosas que más le asustaba a Nela era montarse en el ascensor para subir o bajar los siete pisos que separan mi casa de la calle. Cada vez que entraba o salía de casa, surgía ese momento de pánico, con el mismo ciclo de acontecimientos: cerrar la puerta, ver cómo se abre el ascensor, clavarse en el suelo, tirar de la correa, acabar arrastrándola o cogiéndola en brazos para entrar… ¿Es que nunca va a acostumbrarse? Pensaba yo enfadado cuando la situación se repetía día tras día. Con lo fácil que es: si sólo tiene que montarse y quedarse quieta…

Una vez en la calle, trataba de soltarla para que al menos corriese un poco aprovechando la tranquilidad de esas primeras horas del día, pero en más de una ocasión se largaba hacia la carretera obligándome a cogerla de nuevo. Ella corría, se paraba de repente, o se dirigía a algún lugar olfateando incesablemente un rastro que yo desconocía por completo, o jugaba con una piña como si fuera un pequeño animal que acababa de cazar.

En estos pocos meses, Nela me ha enseñado muchas cosas. Ahora entiendo que su mundo no es del todo el mío. Ella ve, escucha y sobre todo huele cosas que a los humanos nos pasan del todo desapercibidas. ¿Por qué le asustaba entonces un simple ascensor? Di con la respuesta de la forma más sencilla: desde su punto de vista, un ascensor no era más que una cámara mágica, en donde entras, notas una sensación desconocida de elevación y frenada, y cuando sales de nuevo te encuentras en un lugar completamente diferente.

Si lo piensas desde su punto de vista, es algo digno de susto. Hacer este ejercicio, buscar esos nuevos puntos de vista, saber que no todo el mundo percibe el mundo de la misma manera se aplica también a las personas. Y por eso es tan importante la accesibilidad cognitiva, la lectura fácil, el uso de pictogramas, y todas las ayudas técnicas que podamos diseñar y aplicar. Pero en ese ejercicio, lo más importante de todo, es poder diseñarlas junto a las personas que las necesiten, pensando en cómo ven ellas el mundo y no en cómo queremos que lo vean.

Nela por fin ha entendido que esa caja mágica le lleva a la calle, y es la primera que entra sin apenas esperar a que abra del todo. Yo he entendido que con tiempo podemos aprender a mirar el mundo con otros ojos, incluso si no percibimos todos los matices.

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