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Afganistán: cumbre de mujeres perdidas

Las voces de las mujeres que viven en Afganistán ya no se oyen, porque son lapidadas. Las refugiadas, desde fuera, gritan por hacer visible la realidad censurada.

Sara Núñez

Desde agosto de 2021, los talibanes volvieron a hacerse con el poder. Lo que se había avanzado, volvió a encerrarse. Y lo que se ejecutaba entre líneas, comenzó a afianzarse con el respaldo de la ley. “Las mujeres que viven allí están muy desesperadas, todo ha cambiado para ellas”, lamenta Khadija Amin (Kabul, 30 años), periodista afgana. Ahora, refugiada en España, insiste en la importancia de enviar apoyo a estas chicas. Ella misma desea ayudarles en la continuación de sus estudios, buscar contactos o becas para facilitarles el acceso a la educación, pero, desafortunadamente, no ha conseguido nada. “No tienen esperanza de futuro”, reclama.

El 14 de agosto de 2021, cuando Massouda Kohistani de 42 años, quien entonces trabajaba como investigadora senior en la Unidad de Investigación y Evaluación de Afganistán, era convocada para una reunión sobre los derechos de la mujer en las negociaciones de paz. Los talibanes se hicieron con el país en la tarde del día siguiente. Para Massouda era la segunda vez en su vida que experimentaba un entorno liderado por los talibanes: “En aquel momento decidí que teníamos que resistir. Sabíamos que habíamos perdido la vida«.

A pesar de todo, Massouda insiste en la importancia de alzar la voz desde Internet y las redes, ya que las noticias se han ido reduciendo a pesar de que el mismo escenario sigue en pie. “Como en cada conflicto, Afganistán también ha sido olvidado por otros países, los medios ya no hablan y no tienen interés”, protesta Khadija Amin.

Mujeres con instinto de lucha incansable

Khadija lleva casi tres años en España. Ha participado en conferencias, charlas y manifestaciones para dar voz a las mujeres: “Como en esta lucha estamos solas, necesitamos apoyo de otros países”. Empezó como activista desde joven, cuando desafió su propio matrimonio infantil y luchó por su derecho a la educación. Ocupó su lugar en los informativos de Kabul, donde permaneció hasta el 15 de agosto de 2021 y, con todos los materiales listos para trabajar ese mismo día, su jefe y otras personas del equipo la enviaron a casa.

Cuando le llamaron para salir de Afganistán, avisó a su madre sin saber a dónde llegaría, viva o no, sin nada más salvo la bandera afgana, un vestido y un velo. Tuvo que escapar, obligada a empezar desde cero.

En esta oportunidad vital, periodistas acudieron en favor de refugiadas como ella. Recuerda a Mónica Sibiro, quien intervino para que atravesara el aeropuerto y volara a España. Abandonó Afganistán el 21 de agosto, pero, hasta entonces, ella estuvo informando sobre lo ocurrido para medios internacionales, aguantando las amenazas recibidas.

Massouda también recuerda su salida con pesar. Periodistas contactaron con ella para hablar de lo que ocurría, dado que había ganado visibilidad en televisión sobre la situación de las mujeres afganas. Un hombre le alcanzó de camino a su casa y amenazó con avisar al líder talibán, Hibatullah Akhundzada. “Vendrán a tu casa, les está permitido casar a todas las mujeres. Matarán a todos los hombres de tu familia”, fueron sus palabras. Ella le preguntó a qué se debía eso, puesto que solo ella era activista en la familia. La respuesta del hombre fue la agresión: “Empezó a golpearme, me pegaba tanto que todo mi cuerpo se volvió oscuro”.

Massouda Kohistani | Imagen cedida por la fuente

Fue entonces cuando una periodista le ofreció sacarle de allí. Tras una conversación con su sobrino y sin dar explicaciones a su madre, la decisión estaba tomada: “Le dije que fuera a la casa de algunos de mis parientes, porque los talibanes le atraparían”. Una vez en el aeropuerto, golpearon a Massouda una vez más antes de salir.

Mujeres asesinadas, país sin derechos

Las mujeres no tienen ningún derecho en Afganistán. Massouda recalca: “Incluso desde el interior de la casa no sabemos nada, porque las matan y dejan sus cuerpos en algún lugar”. Al final, entre todas las regulaciones, la ley de los talibanes apoya la lapidación de las mujeres.

Mientras que ellas ya resultaban lapidadas antes de 2021, su práctica ha sido legalizada de nuevo. “Dicen que es según su ideología y su entendimiento del Islam que tenemos que aplicar esa práctica. La realidad del Islam no es lapidar mujeres ni cortar el cuerpo de cualquier persona», aclara Massouda. Tienen su ideología y poder, aferrado contra los cuerpos de su ciudadanía, así como sobre mujeres y niñas en todas las maneras de ejecutar violencia.

Violencia aplicada también en la educación, donde la única alternativa son las clases clandestinas. Por la normativa de los talibanes, las niñas llevan tres años sin estudiar y solo las que tienen acceso a Internet acceden a la educación online. Pero la opción es limitada por su alto coste, la restringida economía y una pobre calidad de conexión. “Ellas están encarceladas en sus casas. Hice varias entrevistas con chicas de 13 y 14 años: están tan desesperadas y angustiadas que no piensan en nada más”, protesta Khadija, quien también estudió en clases clandestinas durante el primer régimen de los talibanes.

“Aprendí a leer y escribir así, y ahora veo que hemos vuelto a la misma situación”, a lo que reclama que las niñas deben salir, estar en contacto con otras y no quedar encerradas hasta derivar en problemas de salud mental. “Los talibanes y el gobierno son pueblo pastún. En su cultura no están permitiendo la educación para las mujeres. El presidente también era pastún, así que someten al gobierno a su propio grupo étnico”, explica Massouda.

Censura en la prensa afgana

La realidad sobre toda opresión ejercida sobre mujeres afganas bajo los talibanes proviene de la voz de las refugiadas e informadores corresponsales. Muchas de ellas actúan como activistas y luchan por la libertad de expresión en la visibilidad mediática.

No obstante, profesionales de la comunicación que trabajan dentro de Afganistán para los medios nacionales tienen que ocultar su nombre, o bien cruzar el filtro de los talibanes cuando quieren publicar en medios donde trabajen mujeres. La prensa pasa por su peor censura tras la aplicación de las ‘Once reglas’ que mencionó Qari Mohammad Yousuf Ahmadi, portavoz de los talibanes. Medidas peligrosas que dan carta blanca a la persecución de informadores. En este sentido, Khadija Amin destaca la importancia de medios y periodistas que están fuera de Afganistán para que difundan lo que sucede mediante sus fuentes afganas.

“Decimos que somos periodistas y tenemos libertad de expresión, pero ocultamos nuestro nombre para no arriesgarnos. Conozco unas periodistas que, por tener familia en Afganistán, no quieren informarnos aunque ellas estén fuera”, expresa Khadija. Ella misma colabora con el diario 20minutos, desde donde habla sobre el miedo que sufren periodistas. Afganistán ha enterrado prácticamente todo el periodismo independiente: el 84% de periodistas ya no lo son y más del 50% de los medios de comunicación han cerrado.

Vidas perdidas y cambios de sentido

“Durante varios años hemos estudiado y trabajado para ser profesiones, y fuera de Afganistán no somos nada”, asevera Khadija, quien echa la cabeza atrás y extraña su vida antes de los talibanes. Recuerda su rutina, sus horas compartidas en las clases de la universidad y su trabajo en la televisión. Agradece el apoyo de las personas españolas, quienes le han ofrecido la ayuda posible, pero todo ha cambiado.

Massouda igual, lamenta haber perdido su talento y desconocer el idioma: “Soy como una persona ciega y muda porque algunas personas no pueden entenderme, no tengo con quién hablar. No hay ningún amigo con quién hablar. Ves a la gente, pero no puedes hablar con ellos”. Ella misma admite que es difícil ayudar a las mujeres que permanecen en Afganistán: “Si hablamos de evacuación, viendo mi situación, prefiero morir en lugar de vivir”.

Massouda en un conferencia de Amnistía Internacional por los derechos de las mujeres afganas | Imagen cedida por la fuente

Alzar la voz

Para evitar que esta desgracia la continúen más mujeres, trabajan contra el apartheid de género y llaman a los medios de comunicación: “Que levanten nuestra voz, su gobierno no debe reconocer a los talibanes como un gobierno. Deben tomarlo en serio, porque los talibanes son terroristas y Afganistán se ha convertido en un lugar muy seguro para los terroristas internacionales”.

Proclaman que el mundo tiene que apoyar a las mujeres afganas hasta que se convoque un cambio. “No queremos estar igual que antes. Después de 20 años, ¿por qué armaron los talibanes? ¿Por qué firmaron un acuerdo con ellos? Queremos que tomen una decisión definitiva para que tengamos un futuro. Si quieren ayudarnos por ese tiempo, esta vez tienen que estar de verdad”, concluye Khadija.

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