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Cine social, la vara que mide la evolución de un país

El director de cine Álvaro Gago se plantea lo siguiente: ¿Tiene sentido el cine si no visibiliza lo invisible?

Coché Echarren

Decir que en España existe una tendencia especial por el cine social sería apropiarnos de algo muy universal y casi intrínseco al séptimo arte: el cine ha tendido a la representación de la realidad social desde siempre.

Elio Castro, crítico de cine (SER, RNE…), nos recuerda que la primera película de la historia del cine era ya de temática social: «La salida de los obreros de la fábrica Lumiére, de los hermanos Lumiére, estaba reflejando, en el corto espacio de tiempo que duraba la proyección, la realidad de unos trabajadores“. De cualquier modo a Castro no le gusta hablar de cine social como si fuera un género. “Casi todo el cine es social y político. Hay películas de terror, comedias, dramas intimistas que llevan una gran carga de reflejo o denuncia social… y muchos westerns hablan de la inmigración, por ejemplo”.

El director de cine Álvaro Gago (Matria) se muestra totalmente de acuerdo: “Lo primero que tendríamos que hacer es preguntarnos qué es cine social. Y no tengo muy claro que esa etiqueta favorezca la circulación de ese cine comprometido que elige mirar y dar voz a las que no la tienen. ¿Es precisamente esto lo que entendemos por cine social? ¿Debería el cine social funcionar bajo unos códigos formales que rompan con las estrategias narrativas clásicas? ¿No es social y político todo el cine? ¿No existe en cada película una mirada concreta sobre la realidad que encierra un determinado discurso?”.

Existen multitud de ejemplos en la historia del cine tanto universal como española que avalan lo indeterminado de esa línea que enmarcaría a un tipo de producción, como social. Ejemplos de ello son: Tesis (1996), un thriller que habla de un tipo de violencia vinculada al poder; Ser o no ser (1942), una comedia bélica que denuncia la falta de sentido del nazismo; y El beso de la mujer araña (1985) es un drama intimista que trata la transexualidad con respeto (si bien aún no con el conocimiento con el que se ha abordado este tema muchos años después). Elio Castro apunta que “incluso El Padrino (1972) tiene un contenido social importante porque retrata un conflicto y un modo de entender el mundo”.

De la opresión de la clase a la del sexismo

Si llamamos cine social al que visibiliza un problema y por tanto genera conciencia, la lista de producciones no es corta. Lo que sería interesante y tal vez aportaría cierta luz, sería revisar cómo han ido variando los temas con los años: qué causas no se tocaban siquiera y hoy protagonizan films, cómo la temática elegida muestra la evolución de la sociedad o de la sensibilidad social tanto de una cultura como de un país.

Si hablamos de España hubo un cine de denuncia del franquismo que consiguió esquivar la censura y denunciar la opresión (Calle Mayor, 1956, de Juan Antonio Bardem), y otro que la denunció en los años en que fue posible (Canciones para después de una guerra, 1971, de Basilio Martín Patino). Al llegar la democracia la denuncia vivió un importante resurgimiento. En estos años se produjeron obras como ese retrato de la España rural de la posguerra que es El espíritu de la colmena de Víctor Erice. Primaban la preocupación por la desigualdad de clase (Cría cuervos, 1976, de Carlos Saura) o el conocimiento de la sociedad a través del retrato de sus “trapos sucios”, de la hipocresía de la burguesía (La escopeta nacional, 1978, de Luis García Berlanga).

La década de los 80 fue tal vez un avance en cuanto a temas que hoy ocupan gran parte de la cartelera: en la divertidísima comedia ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) Pedro Almodóvar abordaba la identidad de género, la sexualidad y los roles sexistas de una sociedad profundamente machista.

Violencia terrorista y de género

En los 90 era valiente dedicar una pieza cinematográfica a un tema que atemorizaba a la sociedad española: el terrorismo de ETA. Tal vez han hecho falta muchos años para que una obra literaria Patria (2016) de Fernando Aramburu se acerque al conflicto de una forma profunda. Pero en 1994, Días contados (Imanol Uribe) contaba con un personaje protagonista que era integrante arrepentido de la banda terrorista. Esta es la década en que también empieza a denunciarse en las pantallas la violencia de género: Solas (1999) de Benito Zambrano y sobre todo Te doy mis ojos de Iciar Bollaín, ya en 2003.

Fotograma de la serie de televisión ‘Patria’.

De lo compartido al interior del ser humano

En los 2000 comienzan a tratarse temas nuevos como la eutanasia: Mar Adentro (2004) de Amenábar, reabrió un debate que llevaba un tiempo gestándose sobre un dilema que no ha dejado de ser motivo de revisión y cambios legales. También comienzan a visibilizarse los problemas de salud mental —no desde el terror, la violencia o la idealización de la genialidad—, desde una perspectiva mucho más realista y respetuosa. La isla interior (2009) de Félix Sabroso y Dunia Ayaso es una muestra.

Y es que este es uno de los temas en que se puede ver cómo el cine es capaz de generar un estigma. Personajes como los de Psicosis (1960) o El Resplandor (1980) han tenido mucho que ver con un imaginario colectivo que no representa ni favorece a las personas con problemas mentales. Que hablemos tranquilamente y sin tapujos de depresión, de ansiedad, del efecto del estrés o de neurodivergencias, es algo muy reciente…. Son temas que hace diez años se trataban de forma distorsionada.

Esta evolución ha venido acompañada de una representación artística renovada. También del retrato de personas con diversidad neuronal, cromosómica de movilidad, etc. La película Campeones (2018) nació en un momento perfecto para convertirse en éxito. Y es, como señala Paula Brito del Val “la primera que utiliza la fórmula respetuosa de ‘persona con discapacidad’ y no la de ‘discapacitado‘. Se trata de una película que muestra cómo la imagen del cine sobre la discapacidad ha experimentado una evolución hacia perspectivas más positivas y normalizadas».

Otros temas en el cine: ¿Mayor madurez social?

La segunda década de los 2000 está mostrando cierta madurez intelectual para encarar temas que antes se habían tratado sin profundidad ni crítica social. Los Javis presentaron la serie Veneno (2020) sobre la vida de Cristina Ortiz a una sociedad que ya no es la que la ridiculizó por no entender nada de la transexualidad. Una sociedad más preparada y formada para entender las trampas de la asignación de género al nacer, puede ya premiar y alabar películas que abordan algo tan silenciado hasta ahora como la infancia trans, como también es el caso de la película 20.000 especies de abejas (2023) de Estíbaliz Urresola y Orlando (2023) de Paul B. Preciado.

El feminismo, una mirada más real a la maternidad (Cinco lobitos, 2022, de Alauda Ruiz de Azúa) y la relación entre mujeres son temas que empiezan a llenar carteleras. Desde La boda de Rosa (2020) de Iciar Bollaín, pasando por Libertad (2021) de Clara Roquet y La maternal, en 2022 de Pilar Palomero… También el modo de tratar el problema del bullying y la relación con el cuerpo, en un thriller como Cerdita (2021) de Carlota Pereda, muestra que la sociedad española está cambiando.

Nuevas formas de censura

La percepción social y el cine tienen una relación de ida y vuelta. En la pantalla no solo hay representación y reflejo, también creación de estereotipos y estigma. Y capacidad para incitar a la reflexión y la empatía. “Por eso la extrema derecha apenas llega al poder —Brasil, Argentina, Vox aquí en España—. Lo primero que hace es ir contra el arte y contra los derechos de las mujeres. El arte en general y el cine en particular siempre han sido un medio de visibilización de la opresión y, en última instancia, una herramienta poderosa para la emancipación del individuo”, opina Álvaro Gago.

Aunque ha estado presente en todas las etapas, no nos engañamos si decimos que en los últimos años ha crecido dentro del cine español una intencionalidad clara de compromiso social. Elio Castro ve un peligro en el cine “militante” y en la censura que genera y que impregna el trabajo de las personas que hacen crítica.

“Lo fundamental en una película es la calidad cinematográfica, que esté bien contada. Pero ocurre que cuando defiende una causa, parece que no se puede juzgar desde el punto de vista cinematográfico y que no se puede decir que es mala. Como si hacerlo supusiera ir contra la causa. Si confundimos ideología con calidad, no hay manera de hacer una crítica justa. No se trata solo de defender una idea justa, sino de hacerlo con una coherencia y una argumentación cinematográfica. Podríamos hablar de una nueva censura en este sentido: hoy día las películas con causa son intocables aunque no tengan buena factura. Y tenemos que exigir que se hable de las causas con maestría, como por ejemplo lo hizo Marco Ferreri (con guión de Rafael Azcona) en El pisito”, opina el periodista.

Un cine conectado con la singularidad

Álvaro Gago observa otro tipo de presión dentro de esta corriente actual de cine social o comprometido. “Detecto en mis compañeras y compañeros una fuerte auto-exigencia con respecto a la responsabilidad que conlleva la representación en la pantalla. Y existe un deseo generalizado dentro del cine independiente de conectarse con lo auténtico, un interés en situar a lo cotidiano en el centro y darle el valor que se merece con el fin de viajar hacia la esencia de las cosas», dice.

«Creo que esto está ligado al contexto histórico y social en el que vivimos y que responde a un intento por parte de los cineastas de contrarrestar el artificio y lo “plasticoso” de la realidad actual a través del contacto con otro tipo de verdad. Por eso aparecen un gran número de películas que hunden sus raíces en los barrios pequeños, en la periferia y en el rural, pues es ahí donde sobrevive la singularidad”, añade para concluir con su reflexión.

¿Puede el cine cambiar conciencias?

El escritor Manuel Vilas (premio Nadal 2023) elige dos películas que modificaron su modo de percibir: Los lunes al sol, “una obra magistral tanto por la interpretación de Bardem como por la dirección de Aranoa” y Los olvidados de Buñuel, “un retrato magnífico de la miseria que nos obliga a reconocer y reflexionar sobre cómo también entre los miserables a los que la sociedad humilla, se dan relaciones de poder y de humillación”.

Fotograma de la película ‘Matria’ protagonizada por la actriz María Vázquez.

Con su película Matria, en la que se muestra un pedazo de la vida de una trabajadora gallega, Ramona, encerrada en una sociedad capitalista y machista, el director Álvaro Gago pudo comprobar el efecto de las historias contadas en pantalla. “He abrazado a muchas mujeres a la salida de las proyecciones y coloquios que hemos hecho en torno a la película. Ramonas gallegas, madrileñas, asturianas, berlinesas que salían emocionadas de la sala… Ver tus propias historias y experiencias reflejadas en la pantalla es un recordatorio poderoso del valor y puede ayudar a las personas a sentirse más conectadas y orgullosas de su identidad. Creo profundamente en el valor inmaterial del cine y en su capacidad de generar empatía, conexión y diálogo. El mejor cine es el que sigue existiendo cuando ya no está”.

Quién narra las historias del cine

La duda sobre si además el cine es capaz de llevar a la acción sigue en el aire. No parece que haya películas en el origen de grandes revoluciones, pero sí de un crecimiento del debate y la conciencia. Las películas tienen la capacidad de dar existencia a los problemas “porque lo que no se ve y no se nombra no existe, y sobre lo que no existe no se puede actuar”, señala Álvaro Gago.

“La representación o el nombramiento de todas las realidades y sujetos políticos con problemáticas y necesidades propias promueven el reconocimiento, la reflexión y el diálogo colectivo y, en última instancia, la acción y el cambio real. Visibilizar y nombrar es fundamental para la construcción de una sociedad empática, abierta y plural. Aunque a veces sucede que las intenciones a la hora de visibilizar lo invisible son buenas, apenas alcanzan a calmar el sentimiento de culpa que nos producen nuestros privilegios”. Y al decir esto el director vuelve a tocar un tema clave: “La mayoría de los que hacemos cine pertenecemos a una clase privilegiada. Hay muy poca clase obrera filmando películas”. Uno de los aspectos más problemáticos del arte. También en la esfera que parece representar la libertad humana, a menudo y con las mejores intenciones, el fuerte se nutre de la historia del débil.

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