«El voluntariado es la mayor expresión de la democracia»

Charlamos con una de las expertas más importantes en adicciones de España, repasamos su trayectoria profesional, abordamos la compleja cuestión del estigma en las personas con problemas de dependencias y el rol del voluntariado en los servicios comunitarios.
Felisa Pérez, psicóloga experta en adicciones y presidenta de la Asociación Bienestar y Desarrollo

Por Sara Solomando

Son unos pocos los que parecen llamados a dedicar su vida a una pasión, que puede coincidir o no con su profesión. La sienten casi desde que nacen y viven con esa llama dentro desde niños. Hay otros que jamás la encuentran y, finalmente, están quienes se topan con ella cuando su futuro ya parecía decidido. La historia de Felisa Pérez, psicóloga experta en adicciones y presidenta de la Asociación Bienestar y Desarrollo, es la de una niña que quiso ser como sus maestras, mujeres independientes e inteligentes, para poder salir de su pueblo, Ademuz.

Felisa, gracias a su esfuerzo, consiguió una beca, hizo el bachillerato en Teruel y siguió hincando codos para, en los 70, terminar la carrera de Magisterio. Decidida a no dar un paso atrás y sintiendo que ser maestra no era suficiente, inició estudios de Psicología en la nocturna, que compaginó con su trabajo de docente. Fue entonces cuando se topó con un profesor que le recomendó escoger la asignatura de Toxicomanías. Era un momento en el que España iba camino de meterse de lleno en los 80 y en una de las peores epidemias de su historia: la de la heroína.

Felisa, ¿cómo fue comenzar en aquella época?

La primera vez que vi a un drogodependiente fue en unas prácticas que hice en un centro de salud mental de Sant Feliú. Corría el año 1978 y tratábamos diversos trastornos mentales y alcoholismo cuando este chico vino para solicitar tratamiento por heroína. En aquel momento no teníamos ni idea de qué nos estaba hablando. Pero no sólo nosotros, tampoco las instituciones. De hecho, fue tal la alarma social con el boom de la heroína que el Ayuntamiento de Barcelona decidió hacer algo al respecto y nos llamó, a mí y a otra persona de ese centro de Sant Feliú, para ver qué podíamos hacer. Viajamos por toda Europa para saber cómo se estaba trabajando en otros países y descubrimos que era fundamental, en primer lugar, afrontar el rechazo social.

¿Qué papel tiene aquí el voluntariado?

Desde el inicio supimos que, aunque era un tema profesional, necesitaríamos voluntariado por su cualidad de facilitador de la comprensión del tratamiento para esas personas. Así que creamos toda la red de drogas del Ayuntamiento de Barcelona y formamos a profesionales y personas voluntarias por todo el país. Además, unimos fuerzas con las familias de estas personas enfermas que formaron asociaciones, organizaciones no gubernamentales, no sólo para atender a los afectados, también para incidir políticamente en la creación de servicios y atención. Profesionales, voluntarios y grupos de autoayuda son complementarios y enriquecen la respuesta en la atención.

En 1985 se puso en marcha el primer Plan Nacional sobre Drogas de España, en el que estuviste muy involucrada. Este plan abordó cuestiones relacionadas con la prevención, el tratamiento, la inserción social, la reducción de daños y la represión del tráfico de drogas… Las familias y los profesionales os unisteis para cubrir las necesidades de las personas con problemas por el consumo de drogas y para conseguir que no fuesen estigmatizados por una sociedad que los percibía como delincuentes, viciosos… ¿Se les despojaba de su humanidad?

El estigma juega un papel crucial en la reducción de la solidaridad en ciertos contextos. Por eso es esencial fomentar el voluntariado y para hacerlo es fundamental contar con líderes comunitarios que motiven y acerquen a las personas a los servicios. La interacción entre voluntario y quienes tienen problemas de drogas transforma perspectivas y cambia actitudes: el drogodependiente pasa a ser persona.

Nuestro enfoque se basa en la idea de que todos, de alguna manera, deben involucrarse en nuestros servicios para romper prejuicios y ver a las personas afectadas por la dependencia como seres humanos individuales. El voluntariado lo conforman personas con emociones y sentimientos genuinos, al igual que las personas con problemas de adicción. En ese reconocimiento, el voluntariado se convierte en una herramienta poderosa para la reinserción laboral y social. He sido testigo de cómo las personas que luchan contra la adicción han experimentado un cambio en su autoestima gracias a la ayuda y el apoyo brindado por personas voluntarias.

¿Qué se necesita saber para ser persona voluntaria? ¿Cualquiera puede serlo o se requiere alguna formación o habilidad especial?

Nada. Si, por ejemplo, sabes tocar la guitarra, puedes organizar un taller para enseñar a tocarla o realizar cualquier otra actividad. Si no sabes, puedes venir y participar como ayudante de otra persona que está ofreciendo un taller. También es importante la labor de acompañamiento, ir con las mujeres embarazadas a la consulta del ginecólogo o a cualquier salida puntual. Se pueden hacer muchísimas cosas, y colaborar de mil maneras con menores, mayores, drogodependientes… Lo importante es querer hacerlo bien. Puedes, incluso, equivocarte y no pasa nada porque siempre habrá una persona profesional cerca que te va a ayudar y colaborar.

Damos lo que tenemos y saber escuchar, transmitir empatía, y tener ganas no requiere de aprendizaje. Cada forma de contribución es valiosa y permite que la comunidad se una para apoyar a quienes lo necesitan.

Estamos en un contexto social y político complejo, con partidos que, abiertamente, generan discursos de odio y de una manera u otra provocan miedo y rechazo. ¿Ha influido en vuestro trabajo?

Por supuesto que afecta. Por ejemplo, durante la pandemia de Covid, el Ayuntamiento de Barcelona nos pidió ayuda para albergar a decenas de personas drogodependientes, consumidores en activo, que vivían en la calle. Pusimos en marcha un albergue que fue fantásticamente bien y cuando hubo que hacer el traslado a una nueva sede, pasado el confinamiento, se organizó una tremenda en el barrio. Crearon unos grupos de Whatsapp donde se difundían bulos como que las calles iban a estar sucias porque estas personas harían sus necesidades allí. Nuestro albergue tiene aseos, ¿por qué habrían de hacerlo fuera? Decían que iban a robar, pero ¿respondiendo a qué necesidad si tienen todo cubierto, tienen alimentación, tienen cama…? Enfrentar a la sociedad desde el miedo es facilísimo y estos discursos de odio se generan siempre desde el miedo.

¿Cómo afecta esta presión a las familias y a las propias personas adictas? ¿Qué pasa con las mujeres?, ¿hay una percepción más negativa del consumo de sustancias cuando se trata de ellas? ¿se enfrentan a un juicio más severo si no cumplen los roles de buenas madres, esposas, hijas?

Durante años, se ha trabajado con un modelo de intervención androcéntrico desde hombres y para hombres, pensando muy poco en las mujeres y sus circunstancias. El consumo es mucho más estigmatizador para ellas, las familias no las comprenden y las ayudan mucho menos que a cualquier hombre. Por tanto, ellas intentan ocultarlo por mucho más tiempo, obstaculizando el tratamiento.

Desde hace unos 10-15 años, empezamos a ver la necesidad de trabajar con perspectiva de género, facilitando accesibilidad y tratamiento con visión de género. Falta mucho por hacer, pero vamos avanzando. Hemos logrado un progreso modesto: antes había una mujer por cada cinco hombres en tratamiento, ahora tenemos una por cada cuatro. Y eso es porque hasta hace poco más de una década las mujeres que buscaban tratamiento tenían que encajar en un modelo terapéutico masculino y en un ambiente poco comprensivo para sus peculiaridades y necesidades como mujer. Este patrón se repetía en la calle y en las comunidades terapéuticas. Las mujeres a menudo no se sentían cómodas compartiendo sus problemas reales con los hombres presentes.

En los años 80 los hombres podían dejarlo todo para sus terapias de desintoxicación porque siempre había una mujer, esposa o madre, que se hacía cargo de sus menores. Sin embargo, ellas no podían dejar a sus descendientes solos.

A pesar de la colaboración familiar, las mujeres soportan cargas desiguales y algunas recurren a extremos como la prostitución debido a la precariedad y la exclusión. Este ciclo atrapa a muchas mujeres que han enfrentado abusos desde temprana edad, lo que contribuye a una baja autoestima y una percepción negativa de sí mismas. Esto se refleja en su falta de confianza para hablar sobre sus problemas y en cómo se autoestigmatizan.

¿El estigma aumenta si esa mujer además es pobre, extranjera, racializada y/o transexual?

Todo suma. Viven en la calle, expuestas, vulnerables. Son atacadas, robadas, maltratadas, cuando no violadas. Por eso cuando llegan a nuestros albergues, donde tienen todas sus necesidades cubiertas, por fin pueden dormir, tranquilas, por la noche. Muchas bajan su consumo considerablemente porque aquí se sienten protegidas, no se tienen que evadir. En la calle día y noche consumen para sobrevivir.

Esa esperanza para ellas, para ellos y para sus familias, ¿Cómo se ve respecto al voluntariado?, ¿cuál es su futuro?

Yo siempre digo que el voluntariado, en su conjunto, es imprescindible, pero el voluntariado es prescindible. Su trabajo complementa la labor profesional. Tras la pandemia ha bajado el voluntariado de personas mayores y ahora tenemos uno más joven, pero con tiempo limitado. Sensibiliza, sí, pero no es suficiente.

Me preocupa. No estamos trabajando bien ni en las escuelas ni en ningún lugar para que se entienda la necesidad de la participación social si queremos lograr una sociedad más inclusiva y solidaria. Escondemos la pobreza, la enfermedad… alejamos e invisibilizamos todo lo problemático. A nivel escolar y social es necesario un empujón. Tenemos que consolidar la participación en su conjunto, sobre todo en temas sociales; esa participación es signo de democracia y de interés colectivo por una sociedad justa e inclusiva, porque de otro modo solo quedarán las respuestas de odio que nos convertirán en una sociedad egoísta, que prima el individualismo y la falta de empatía. La democracia es la participación de todos en una sociedad mejor para todos, y el voluntariado es su mayor expresión.

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