Por Sara Núñez
«Matar a periodistas sale gratis». Las palabras de Antonio Pampliega, reportero que ha vivido años arriesgándose en nombre de la información, llegan tan directas como un proyectil. Van 537 periodistas detenidos y 36 asesinados hasta octubre de 2023, según el barómetro oficial de Reporteros Sin Fronteras. Pampliega formó parte de estas cifras hace ocho años cuando fue secuestrado por Al-Qaeda, ahora, ha decidido no volver a arriesgar la vida. Desde su sótano, escribe una novela sobre corresponsales de guerra en Siria que espera publicar en breve.
Cubrió esa guerra 12 veces, desde diciembre del 2011 hasta julio del 2015, y remarca sobre el papel los cuatro meses más duros en la batalla de Alepo. “Es para escucharte”, le decía su expareja de entonces, una de sus noches con frecuentes pesadillas. Entonces la cubrían cuatro reporteros extranjeros: “No he visto una cosa igual que la guerra de Siria y espero no volver a verlo”.
Los ojos de la prensa
Todo va en batalla con la libertad de expresión y su censura. En Israel, la prensa no puede acceder a Gaza. Solo cubren la mitad del conflicto por los impedimentos de Israel y Hamás. Y cuando pueden cubrir toda la guerra, la población parece olvidar. “La revolución de Maidán supuso un gran momento para los medios, la invasión de Crimea lo mismo. Ucrania desapareció de los medios completamente”, relata Amador Guallar, periodista de la vieja escuela y dedicado a cubrir conflictos por 25 años. Destaca su vuelta al foco con la invasión rusa del 2022, antes de ser nuevamente “puesta en el cajón”.
“No hay nada como tener que hacer una foto de una madre o un padre amortajando a su hijo«, se lamenta Pampliega, quien remarca cómo siente haber robado aquel momento con la esperanza de que pudiera levantar conciencias en Occidente.
En enero de 2013, encontraron 80 cadáveres en la orilla, deformados por el agua, maniatados de pies y manos, con un tiro en la cabeza. Los lanzaban desde el régimen hasta el frente rebelde. Un 4 de octubre de 2012, el régimen sirio bombardeó una escuela que estaba llena de personas refugiadas. “Lo mismo que está pasando ahora en Gaza: empezaban a traer al hospital menores sin partes del cuerpo”, y, con aquel recuerdo, detalla que no hubo condena alguna. Las guerras siguieron.
En el caso de Anna María Selini, freelancer italiana, sus ojos enfocaron las circunstancias de Palestina, Israel y Jordania, por donde viajó en julio del 2023. Ahora trabaja con Altreconomia y abarca su podcast Oslo 30. L’illusione della pace, con mención especial a los Acuerdos de Oslo para alcanzar la paz entre palestinos e israelíes. Acuerdos dejados en vano, por sus atentados y asesinatos. “La paz estaba al alcance y lo hemos vivido como una ilusión”, algo de lo que abarca su viaje en julio, cuando visitó Jerusalén e informó sobre la familia palestina que fue expulsada de su habitación tras vivir en ella casi 70 años. Su pesar se suma a la pérdida de Vittorio Arrigoni, escritor y activista por el pueblo palestino, al cual dedica su libro.
Ella misma le entrevistó en 2009, entre sus cuatro visitas en Gaza, antes de su asesinato en 2011: “No entendía qué pasaba. En 2012 estaban bombardeando Gaza y tenía que bordear la frontera para entrar, iba al juicio de sus asesinos”. A él, fuente y amigo, recuerda en su podcast, junto a 29 periodistas a quienes se les quitó la vida en la guerra de Israel y Hamás, que recibieron una mención por el Comité para la Protección de los Periodistas. Y, en estos contextos, ella entiende “cómo funciona realmente la humanidad”.
La corresponsalía freelance
La prensa freelance tiene mucha información y pocas horas para dormir. Así lo resume Guallar, quien pasó 10 años en Afganistán y sufrió un atentado: “Volví con las cejas y la ropa quemadas y ni siquiera se conocía mi nombre en esa redacción después de cuatro años. Como falso autónomo te cobran 70 euros por pieza cuando un píxel te cuesta 400 euros al día”.
Desde el transporte hasta la zona de guerra, hoteles, traductor, escolta, chalecos antibalas, seguros de vida, corre a cargo de la persona que es corresponsal freelance. Antonio Pampliega lo define como una lucha diaria: una para sobrevivir en la guerra y buscar historias en ella, otra para dar con quien pueda comprar esas historias. “Tener que comerciar con estas historias como si fuera jamón es lamentable”, ante lo que se queda al margen de esta liga, buscando asegurar su vida junto a su hija de tres años.
“Supe qué era enfrentarme a las agendas editoriales para encontrarle un lugar a las historias de las personas que retrato. El no publicar una historia, bien sea por agendas o por falta de retribución por parte de los medios, crea un sentimiento de fracaso”, proclama Carolina Torres, corresponsal freelance que trabaja en su proyecto desde América Latina y cubre el conflicto en Ucrania.
La falta de corresponsales por plantilla en medios españoles es algo que denuncia Amador Guallar. La defiende como una persona que vive en el lugar, habla la lengua, conoce a la gente y la política, “da un contexto mucho mejor que un paracaidista”. Esta fuente ‘paracaidista’ acuña a profesionales de la comunicación que aterrizan, cubren y se van. Pero la mayoría de medios españoles, recuerda, viven con periodistas que colaboran sin contrato ni seguro de vida: “Desde un punto de vista laboral, se saltan la ley a la tornera”.
Y va más allá de las fronteras. La falta de una corresponsalía estable también trasciende a Italia, donde profesionales como Anna María Selini, captan gran diferencia del trato de la prensa corresponsal fija y freelance. “Más que un perro de defensa, la prensa italiana se comporta como un perro de compañía con sus políticos”, contrasta la periodista. Independencia que, a su vez, crea subordinación y censura: “En Gaza no puedes trabajar sin un periodista interno que trabaje contigo, eso va a limitar mucho tu trabajo por el control que ejerce sobre tus testimonios y traducciones”.
Destino y origen
El secuestro de Antonio Pampliega tocó fin por la ayuda del Gobierno de España, desde donde siempre intentan sacar a sus periodistas nacionales para que no haya problema. “La diferencia con los periodistas norteamericanos, por ejemplo, es que yo estoy hablando y a mi amigo James Foley le cortaron la cabeza porque a su gobierno le dio igual”, reporta Antonio Pampliega, a quien lo que más le afecta es perder grandes amistades en el trabajo.
En el caso de Carolina Torres, su labor rodeó zonas de conflicto activas y trabajó en Chernivtsi, concentrándose en establecer un contacto directo con madres y menores que se vieron forzados a separarse de sus padres y familiares. Todo para retratar este lado humano del conflicto en Ucrania. “Lo más difícil para mí fue la barrera lingüística, no la cultural”, resalta, en cuanto al trato directo sobre el lugar.
Pero a la población no le incumbe la guerra. Así lo recalca Pampliega. En la reacción de la ciudadanía, habrá una vara de medir u otra dependiendo de cuántos años de conflictos lleven y la visibilidad mediática con la que convivan.
Amador recuerda los problemas que experimentó por la población de la frontera del Líbano, donde cubrió una de las comunidades ortodoxas. En momentos de guerra abierta, como él ejemplifica, puede ser Irak, Afganistán o Siria, creen que los medios de comunicación occidentales tienen algún poder, sobre todo en la guerra egipcia.
Pampliega recuerda que al principio de la revolución les ayudaban a entrar ilegalmente al país hasta donde se habían levantado en armas contra el gobierno: “Cuando llevan cuatro años en guerra, esas mismas personas que te han ayudado ven que el trabajo de corresponsales extranjeros no sirve y sacan beneficio”.
Eso es lo que les pasó a ellos. Un traductor cuyos padres vivían en un campo de personas refugiadas en Turquía con bombardeos, que había perdido los negocios familiares, encontró la oportunidad de venderlos al mejor postor. “Me secuestraron en el 2015. Han pasado 8 años y ya no me persigue nada”, concluye.
La espada de Damocles
«Se piensan que el trabajo de la persona que es corresponsal es un juego, como en alguna película que habrán visto. La guerra no es un juego y a periodistas también nos matan«, lamenta Pampliega. Corresponsales reflexionan sobre la gente que tiene Israel secuestrada, él se pone en su piel: “Recuerdo cómo fue lo mío, 299 días, y ellos llevan más de 15. Estás con la espada de Damocles hasta el final”. Desconocen la información que viene de fuera.
“Yo no sabía nada de mis compañeros durante 200 días y mis amigos pensaron que me habían matado”, dado que solo pasó con ellos los primeros 96. Luego le seguiría toda una cadena de torturas y macabras escenas representadas en su aislamiento. “Matar periodistas es matar los ojos de la información, sea del medio que sea, tenga la opinión que tenga, el periodismo no es un crimen y debe ser ejercido con libertad”, señala Amador. Un crimen de guerra que los países están dispuestos a cometer. “Siempre han muerto periodistas en todas las guerras, y siempre morirán periodistas”, añade el corresponsal.
Si sobreviven, vuelven a sus casas, con suerte, tras dos o tres meses en una guerra. Se llevan el saco de piedras sobre la espalda, pero siguen con vida. Pampliega contrasta esto con la prensa local que vive en los conflictos, especialmente en Latinoamérica: “En México se presentan en tu casa. Llaman a la puerta y te ametrallan a ti y a tu familia, los narcos y el Estado”. Denuncian que nadie paga por estos crímenes y escasea su investigación, su juicio: “Te das cuenta de que este crimen es sinónimo de impunidad”.
La esposa, el nieto y los dos hijos del periodista de Wael Al Dahdouh fueron asesinados en la Franja de Gaza por un ataque aéreo de Israel en octubre. El reportero mexicano Nelson Matus fue asesinado por sicarios en Acapulco a mediados de julio. Vittorio Arrigoni lo sufrió en 2011.