Por Irene Ortiz
En materia de perspectiva de género, a Patricia Martínez Redondo no se le escapa ni una. Y cualquier espacio que se le presente para dar visibilidad a problemáticas relacionadas con el género, siempre será bienvenido para ella. Lleva más de 25 años dedicándose a esto, concretamente al género en materia de adicciones.
Libre defensora del feminismo, Patricia Martínez es, como ella se define, una mujer «ecléctica». Colabora con varias entidades y organismos públicos en la formación a profesionales, realiza estudios de investigación y, también, intervención directa con personas en tratamiento mediante talleres. Sin embargo, uno de los temas en los que más enfocada está tiene que ver con la intersección entre violencia de género, «en su sentido amplio, no solo en la pareja o expareja, sino todas las violencias».
Quería comenzar destacando unos datos que realmente impactan: Entre el 60 y el 80% de las mujeres drogodependientes ha sufrido y/o sufre violencia de género, según varios informes y estudios. ¿A qué se debe esto? ¿Por qué una mujer drogodependiente es más propensa a sufrir malos tratos?
Lo que venimos explicando en perspectiva de género es que hay cierta justificación social en el hecho de que una mujer que consume de forma abusiva reciba violencia. Es decir, hay una penalización muy grande del consumo abusivo de sustancias en mujeres.
La violencia sexual y otro tipo de violencias de género emergen fruto de la doble penalización. Hay mucha permisividad social. El clásico: «Cómo se le ocurre irse con cinco chicos ella sola». Como sucedió en el caso de Pamplona, de esta chica que fue agredida por cinco chicos. Socialmente es como que parece una situación de riesgo, mientras que si ocurre a la inversa no hay peligro alguno. Bueno, pues a esto me refiero, a que cuando una mujer consume sustancias, hay como esta justificación social, que parece que se pone en riesgo a sí misma. Va a haber hombres que ejerzan la violencia, pero encima se va a culpabilizar a la mujer, incluso ella misma va a pensar que es normal que le pasen cosas así.
El tema va por ahí. Interseccionan precisamente la violencia de género en su sentido amplio y el consumo de sustancias. Aparece mayor prevalencia porque hay mayor justificación social a que suceda.
¿Cuál es la raíz, en la mayoría de los casos, de esa drogadicción? Es decir, ¿sufren violencia porque consumen o es a la inversa?
Mi enfoque es que no hay una relación meramente causal porque puede ser tanto antecedente como consecuente. De lo que hablamos es que son dos sistemas que se retroalimentan. Me refiero: una mujer que esté bajo efecto de sustancias en abuso o que consuma, ¿puede recibir violencia? Sí, fruto de esa doble penalización social. Pero el problema es lo que produce el género, no el consumo en sí.
Y luego, mujeres que están en situación de violencia pueden afrontar la situación de violencia consumiendo. O sea, es un síntoma más de todo lo que le va a producir lo traumatizante de las violencias recibidas. Pero porque el consumo emerge también como forma de afrontamiento.
Entonces, por eso te digo que a mí me gusta hilar, en este sentido, que puede ser tanto antecedente como consecuente. En ningún caso se produce que uno sea la causa y otro la consecuencia, sino que son dos sistemas que se retroalimentan.
En muchas ocasiones, las mujeres víctimas de violencia sienten culpa o vergüenza a la hora de pedir ayuda. ¿Cómo les afecta entonces esta doble discriminación?
Claro es que precisamente la vergüenza y la culpa vienen de que nosotras mismas introyectamos esa doble penalización, que se denomina violencia simbólica. Es como que tú justificas la violencia que recibes porque forma parte de un sistema que está normalizado.
Las propias mujeres internalizan la culpa y la vergüenza. Esto hace que pidan tratamiento más tarde. Y, de hecho, muchas veces se afirma que a las mujeres les cuesta reconocer que tienen un problema. A veces saben que lo tienen, pero les cuesta reconocerlo públicamente o pedir tratamiento. También afecta en que tienen menos apoyo social y familiar.
¿Cuáles son las barreras a las que se enfrenta a la hora de pedir ayuda?
Lo primero es el tema de pedir ayuda, porque hay muchas mujeres que la ocultación del consumo les nace de la violencia simbólica, de la doble penalización social. Por otro lado, tienen menos apoyo familiar, como más cuestionamiento; parejas también consumidoras o que ellas están solas; violencias recibidas…
Muchas veces las mujeres que llegan a tratamiento acuden con una situación donde la dificultad está en que el tratamiento se centra, por ejemplo, solo «en la adicción» y no en los problemas que estructuralmente están afectando a la mujer. Muchas veces el tratamiento no está preparado para incorporar estos elementos que tienen que ser tenidos en cuenta. Ni tampoco están teniendo en cuenta las necesidades de las propias mujeres.
Muchas veces tenemos períodos de incomunicación, por ejemplo, en las comunidades terapéuticas o espacios residenciales. Y ese período de incomunicación choca muchísimo con la necesidad que ellas tienen de comunicarse con sus familias, con sus parejas si la tienen, con sus hijos e hijas.
¿Cómo habría que actuar para evitar un mal mayor en el tratamiento de una mujer que la separan de sus hijos e hijas?
El hecho de no estar con sus hijos e hijas es un impedimento grandísimo. ¿Qué mujer se va a ir a tratamiento si tiene menores a cargo? La mayoría no lo hacen. Y cuando lo hacen es porque ya les han retirado la custodia.
El problema es que no actuamos de forma preventiva. Y para actuar de forma preventiva hay que poder actuar con mujeres que puedan ir con sus hijos e hijas a sus espacios. Sobre todo si están siendo víctimas de violencia. Aunque tengan un consumo problemático.
El problema también muchas veces es que esto se enfoca desde una dialéctica de que el bien superior de la persona menor va a estar por encima de la madre. Lo que planteamos es que pueda haber otro enfoque donde se esté viendo que esa mujer sigue haciéndose cargo de sus criaturas. Que sí, ¿que de vez en cuando tiene consumos abusivos? Vale, pues justo esto es lo que hay que poder ver con ella, un espacio de recuperación.
Ella va a ser la primera que va a querer estar con sus hijos e hijas, siempre que además no se le amenace con retirarle la custodia. Porque si tú amenazas a una mujer con que puede perderlos si no deja de consumir… Yo no conozco a ninguna mujer que haya dejado o haya reducido el consumo si le amenazan. Lo que hacen es consumir todavía más, porque es un factor estresante y lo abordan de la manera que saben.
Es como la pescadilla que se muerde la cola. Llega un momento en que el consumo es tan insostenible que evidentemente el menor ya no puede seguir con ellas. Pero si tú proporcionas un espacio de recuperación, no la cuestionas, no la confrontas, sino que le das los pasos para que ella pueda estar bien y recuperarse, todo va a ser mejor. Además, no podemos olvidar que se trata de mujeres que sufren violencia de género.
Además, he oído hablar de que la mayoría de los tratamientos están diseñados para los hombres. ¿Los tratamientos son específicos por géneros? ¿Estos no son aplicables a las mujeres?
Aquí no se trata de identidad, sino de incorporar un tratamiento desde perspectiva de género que integre aquellas necesidades específicamente derivadas de los condicionantes sociales por género. La mujer tiene que trabajar la autonomía, la autoestima, la violencia… y esto muchas veces los tratamientos no lo tienen en cuenta. Están diseñados de forma que tienen en cuenta las necesidades de los chicos. Por ejemplo, «el no exponerse a estímulos». Muchas veces el estimulo o el disparador que lleva a una mujer a consumir, y te pongo casos reales, es que su expareja entra en casa cada x tiempo y las agrede sexualmente. Esto es algo que está profundamente enterrado.
También se habla de que muchos centros de acogida no aceptan a mujeres víctimas de violencia de género con adicciones. ¿Por qué hay tanto rechazo cuando se habla de adicciones?
Es un tema que se entiende como disruptivo. Yo lo que vengo detectando es que hay una creencia muy instaurada de que primero hay que trabajar el consumo y luego la violencia. Y lo que planteamos es que no: hay que trabajar de forma integral.
De hecho, la experiencia que tenemos es que trabajando temas como el género o la violencia, logramos que las mujeres tengan mayor adherencia al tratamiento y que puedan ir reduciendo el consumo.
Hay que generar espacios de seguridad y de cobijo. Ninguna mujer que está en situación de violencia va a dejar de consumir cuando el consumo es una forma de afrontamiento o que forma parte de la propia dinámica de violencia.
¿Los centros de adicción ya trabajan de manera integral o centran la atención solo en la adición sin tener en cuenta que son víctimas de violencia de género?
Creo que en muchos centros de atención no se termina de entender bien la categoría «género» y lo que implica la perspectiva de género.
Por estar trabajando con un grupo de mujeres, no quiere decir que se esté aplicando la perspectiva de género. Tener perspectiva de género conlleva que estés trabajando por una serie de objetivos y metodologías. Y si me preguntas, te diré que no está integrado en muchos espacios.
Si es verdad que hay proyectos que lo tienen incorporado y que además hay listas de espera y las mujeres acuden… pero en general, en los espacios de tratamiento no creo que la perspectiva de género esté instaurada.
En UNAD, por ejemplo, ¿qué acciones se están llevando a cabo para aplicar la perspectiva de género en este sentido?
UNAD, sobre todo, tiene una labor muy importante de formación, de difusión, de sensibilización… y esto sí que lo está logrando. De producir conocimiento mediante investigaciones, de dar formación desde perspectiva de género…
UNAD vela también porque la perspectiva de género esté integrada en todos sus programas. Pero claro, dentro de la Red hay organizaciones que la perspectiva de género la tienen más instaurada de forma transversal y específica, y otras en las que apenas se tiene en cuenta.
También me gustaría descartar que porque una entidad realice una formación de 10-20 horas, ya piense que tiene perspectiva de género… La perspectiva de género implica una transformación bastante grande y de hecho es un corpus teórico profundo y que hay que aprender. Hay que formarse mucho para poder incorporarlo.
¿Cómo habría que trabajar más en perspectiva de género en este sentido?
Acompañamiento externo profesional, una formación continuada, que pueda haber una supervisión, desarrollo de programas específicos, revisión de los programas desde perspectiva de género… Implica un trabajo a medio-largo plazo.
De hecho, UNAD tiene un proyecto que hemos empezado hace dos años de formación específica para mujeres profesionales que están en organizaciones de la Red. Con esta formación lo que se pretende es que ellas luego puedan ser referentes en sus territorios de la incorporación de la perspectiva de género de forma más transversal.
No basta con una formación cortita, sino que tienen que hacer una formación larga y luego que haya un acompañamiento externo profesional especializado.