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¿Seres sintientes o bocado en la mesa?

El debate en torno al derecho de los animales se enfrenta a complejas encrucijadas éticas, legales y medioambientales

Claudia Böesser

Revolucionaria, insuficiente, necesaria, especista… La nueva Ley de Bienestar Animal ha avivado un debate polarizante en torno a los derechos de los animales en España. Aunque la legislación ya los reconoce como “seres sintientes”, la disparidad en sus derechos persiste. Mientras unos animales son mascotas, otros son carne, entretenimiento o moda. En España más de 9 millones de perros conviven en hogares como animales de compañía frente a otros 1.700 que son sacrificados cada minuto para nuestro consumo.

Hasta hace apenas dos años, los animales en España tenían el estatus jurídico de «bienes muebles», es decir, estaban en la misma categoría que un coche o una silla. Sin embargo, la modificación del Código Civil en enero de 2022 marcó un hito al reconocer a los animales como seres sensibles, exigiendo que su bienestar sea contemplado en las decisiones que les afectan.

Un año después de este avance, la nueva Ley de Bienestar Animal entró en vigor el 29 de septiembre de 2023, buscando armonizar las leyes autonómicas existentes y establecer un marco normativo unificado. “Lo relevante de esta ley es el reconocimiento manifiesto de que los animales tienen derecho y las personas tenemos obligaciones con respecto a los animales para que esos derechos puedan cumplirse”, explica Lola García, abogada especializada en derecho animal y fundadora del despacho Derecho & Animales.

A pesar de los cambios significativos que ha supuesto, como la prohibición del uso de animales salvajes en circos o la prohibición de sacrificar animales sanos por falta de espacio en centros de protección animal, la ley enfrenta críticas por sus limitaciones prácticas. García señala que las lagunas jurídicas se centran en la aplicación, ya que la ley sólo abarca a animales de compañía, excluyendo a los animales silvestres, de caza, «de trabajo», animales utilizados para experimentación en laboratorio y a los toros utilizados en espectáculos taurinos, dado que la tauromaquia continúa blindada como patrimonio cultural.

“Es una ley tremendamente bienestarista y absolutamente especista. El debate se ha
centrado en unos cuantos animales que representan un porcentaje muy bajo del número total de los que son explotados en España”, comenta Ricardo Delgado, coordinador y activista en Anonymous for the Voiceless (AV), organización por los derechos de los animales que está especializada en el activismo callejero.

‘Especismo’ como forma de discriminación

¿Por qué la vida de un perro vale más que la de una gallina? ¿O la de una persona más que la de una vaca? La valoración de la vida humana frente a la vida animal plantea un dilema ético y filosófico arraigado en la creencia de que las vidas humanas son inherentemente más valiosas. Pero, ¿cómo determinamos el valor de una vida, ya sea humana o no? ¿Dónde trazamos la frontera moral que separa al ser humano del animal?

“El especismo es la discriminación de quien no pertenece a una determinada especie.
Implica una discriminación análoga a otras formas de discriminación, como el racismo o el sexismo, pero en este caso se basa en la especie a la que pertenece un individuo”, explica Óscar Horta Álvarez, filósofo moral destacado en el campo de la ética animal y miembro fundador de la Fundación Ética Animal.

La perspectiva antropocéntrica arraigada en nuestra sociedad sostiene que la humanidad es el centro y la medida de todas las cosas, y que, por tanto, la vida humana es intrínsecamente más valiosa que la vida animal. Sin embargo, Horta argumenta que no existe «ninguna condición que sea puramente definicional y comprobable que todos los humanos cumplan y que los animales no». Por tanto, sostiene que el criterio principal para evaluar su bienestar debería ser su capacidad de experimentar placer o sufrimiento.

«Rechazar el especismo no implica ignorar las diferencias entre los animales y sus
necesidades individuales, sino rechazar la idea de que debemos valorar a unos más que a otros», explica Horta. «Aceptar este tipo de argumentos dentro del grupo de los seres humanos equivaldría a ser capacitistas, defendiendo que algunos seres humanos importan más que otros. Y eso es moralmente rechazable por completo”.

Disonancia cognitiva: confort a costa de conciencia

Horta argumenta que el especismo genera una disonancia cognitiva cuando se confronta con la realidad de la explotación animal. Aunque muchos desean respetar a todos los animales, cambiar hábitos y renunciar a ciertos privilegios resulta incómodo. “La mayoría de personas no quieren contribuir a la explotación, pero tampoco quieren aceptar las consecuencias inevitables que supone renunciar a esto”, señala.

«Somos conscientes de la explotación, pero en cuanto tenemos que sacrificar algo de
nuestra comodidad, corremos un tupido velo”, comenta Jenny Berengueras, ambientóloga y coproductora del documental “Empatía”, en el que se abordan diversas problemáticas relacionadas con el respeto a los animales.

“En el ámbito de la alimentación, esta disonancia es más evidente, pero a menudo pasamos por alto las otras acciones diarias que afectan directamente a los animales”, agrega. Como destaca el inicio de “Empatía”: en un día normal, dormimos sobre cojines de plumas de oca, nos duchamos con productos testados en ratones, nos vestimos con lana de oveja, nos calzamos piel de vaca y todavía no hemos salido de casa. Tomar conciencia de esto implica cambiar de hábitos y asumir ciertas renuncias; es mucho más cómodo no mirar.

Para cada edredón de plumas se necesita desplumar, al menos, 75 ocas; para fabricar un sólo abrigo de piel se sacrifican unos 60 visones, 20 zorros o más de 100 chinchillas, según la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA). En 2022, 1,1 millones de animales fueron utilizados para experimentación en España, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

El impacto del ‘especismo’ en el medioambiente | Imagen de Dani Bitar Farah

El impacto ambiental de la explotación animal

Además del dilema ético, la explotación animal tiene un impacto ambiental significativo. “El 80% de la soja que se produce a nivel industria, y que está contribuyendo a la deforestación, es para alimentar al ganado. También surgen otros problemas ambientales como las emisiones de gases de efecto invernadero, la contaminación de aguas, la pérdida de biodiversidad y la generación de residuos”, destaca la ambientóloga Jenny Berengueras.

De acuerdo con Greenpeace, el 80% de la superficie agrícola mundial se utiliza para
producir alimentos destinados a los animales, no a las personas
(en España, este
porcentaje asciende al 66%). La producción de piensos para la ganadería industrial está deforestando bosques esenciales como la Amazonia, donde el 70% de las tierras que antes eran bosques ahora han sido convertidas en pastizales y cultivos forrajeros.

Según la Comisión Europea, en la UE la ganadería es la responsable del 87% de las
emisiones de amoniaco
de la agricultura a la atmósfera y del 81% de las aportaciones de nitrógeno a los acuíferos, causados por los fertilizantes y el estiércol aplicados en la agricultura.

Bienestarismo y la trampa del «pasito a pasito»

El término «bienestar animal» puede resultar problemático en sí mismo debido a su polisemia. “Mientras la ciencia del Bienestar Animal busca estudiar los factores que influyen en el bienestar o malestar de los animales, aquellos a favor de la explotación animal utilizan el término con otro sentido, el «bienestarismo», que legitima la explotación reduciendo los daños sufridos por los animales”, explica Óscar Horta.

Ricardo Delgado, considera que es una ideología “contraproducente” y, en su lugar, aboga por adoptar una postura abolicionista, basada en la teoría de los derechos animales. Esta postura defiende “el derecho inherente de los animales a no ser cosificados ni tratados como objetos». Delgado advierte sobre el peligro de los «pequeños pasos» del bienestarismo, argumentando que “la sensibilización y la reflexión son más efectivas que pequeños avances destinados a tranquilizar conciencias”. Cambiar, según él, implica confrontar el entorno y cuestionar las acciones, superando el temor a ir contracorriente.

Desde 2017, los activistas de Anonymous for the Voiceless salen cada semana a las calles de Madrid para llevar a cabo la performance «El Cubo de la Verdad». Esta demostración estática y pacífica presenta a sus participantes formando un cubo, cubriendo sus rostros con máscaras y mostrando vídeos que revelan los procesos detrás de la industria de la carne, leche, huevos, pieles y la experimentación animal con fines científicos, con el fin de concienciar y sensibilizar sobre esta realidad.

«El Cubo de la Verdad» en las calles de Madrid | Imagen cedida por Ricardo Delgado

Una sociedad cada vez más concienciada

Aunque todavía queda mucho por hacer para garantizar el respeto a todos los seres
sintientes, los expertos entrevistados perciben un creciente nivel de concienciación social, incluso superior al de los gobiernos y las empresas.

El último Eurobarómetro de 2023 revela que el 84% de las personas europeas que el bienestar de los animales de granja debería ser mejor protegido en su país, y el 60% estaría dispuesto a pagar más por productos provenientes de sistemas ganaderos respetuosos con el bienestar animal. Otro ejemplo del interés ciudadano es la Iniciativa Ciudadana Europea (ICE) End the Cage Age, que busca poner fin al uso de jaulas en la cría de animales y ha logrado casi 1.4 millones de firmas respaldando la causa.

En la actualidad, en la Unión Europea, más de 300 millones de animales de granja viven en jaulas. España es el país con el mayor porcentaje, con un total de 86 millones de animales enjaulados, según datos de la ONG Compassion World Farming (CIWF).

“Lo primero es dejar de ser parte del problema. No podemos pretender un cambio
mientras financiamos la misma industria que pretendemos erradicar
. Es como ser
abolicionista de la prostitución, mientras todas las semanas estás financiando y pagando prostitutas”, enfatiza Delgado, quien considera que la forma más eficaz para que la sociedad civil pueda contribuir de manera tangible al bienestar animal es mediante el cambio de hábitos, especialmente adoptando el veganismo.

“Al igual que hoy nos horrorizamos al mirar hacia atrás y ver algunas de las atrocidades que se cometieron en el pasado, posiblemente en el futuro piensen lo mismo de lo que actualmente hacemos a diario a los animales los humanos”, concluye Horta.

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