- El 15% de las personas jóvenes entre 12 y 19 años afirma tener dificultades de concentración para llevar a cabo sus actividades diarias por estar pensando en el cambio climático
Por Claudia Böesser
¿Qué relación existe entre las lluvias torrenciales y una mayor incidencia de trastorno por estrés postraumático? ¿Y entre las sequías y el aumento de suicidios? Aunque inicialmente puedan parecer realidades inconexas, la ciencia demuestra que los fenómenos derivados del cambio climático pueden causar, directa o indirectamente, patologías psicológicas además de físicas. Para describir esta correlación, numerosos estudios han comenzado a introducir nuevos términos como ecoansiedad. Y no, no se trata de un nuevo palabro popularizado por capricho de la generación Z, sino de una realidad global que afecta a más del 75% de jóvenes.
«Frustración, miedo, desesperanza, tristeza y preocupación excesiva», en relación al cambio climático y a las consecuencias derivadas del mismo, son algunos de los síntomas que manifiestan quienes sufren de ecoansiedad, explica Silvia Collado, Doctora en Psicología Ambiental y profesora de la Universidad de Zaragoza. Aunque aún no tenga la categoría de diagnóstico clínico, “sentir ecoansiedad adaptativa es una respuesta lógica ante la crisis climática”, explica Collado, “pero se convierte en disfuncional cuando interfiere en nuestros quehaceres diarios, lo que requeriría buscar ayuda psicológica”.
El efecto paralizante en jóvenes
En 2021, la primera investigación a gran escala sobre la ansiedad climática en 10.000 jóvenes de diez países reveló que más del 45% sentían niveles de ecoansiedad que interferían con su vida diaria. Lejos de haber mermado, estos niveles disfuncionales de ecoansiedad siguen siendo prevalentes entre la población más joven. De hecho, el 15% de personas jóvenes españolas afirma tener dificultades de concentración para llevar a cabo sus actividades diarias por estar pensando en el cambio climático. Esta ha sido una de las principales conclusiones del último estudio elaborado por Silvia Collado en colaboración con la Universidad de Zaragoza y con otros investigadores de la Universidad Pontificia Comillas y la Universidad Autónoma de Madrid, en el que se ha analizado el efecto de la ecoansiedad en 1.300 jóvenes españoles de entre 12 y 19 años.
“Llegar a estos niveles de ecoansiedad es un gran problema porque, además de causar un alto grado de sufrimiento, nos lleva a la inacción, que es justo lo contrario de lo que buscamos”, señala la autora. El estudio, cuya publicación está prevista para el 2024, también revela que el 20% de las personas jóvenes se sienten nerviosas, angustiadas o muy tensas al pensar en el cambio climático, y más del 50% no cree que los políticos vayan a mejorar la situación de crisis climática actual.
Desde la pandemia, “se ha observado una prevalencia creciente de los trastornos de ansiedad en las consultas y un empeoramiento de los cuadros clínicos de las personas que ya padecían trastornos del espectro”, explica Rocío Herrera Ramírez, psiquiatra del Hospital Universitario San Agustín de Asturias. Tanto en el caso de la ansiedad en general, como en la ecoansiedad en particular, los datos sustentan que la jóvenes siguen siendo el grupo poblacional más afectado. Pero, ¿por qué?
El impacto desigual en la comunidades vulnerables
La ecoansiedad no es un fenómeno exclusivo de países desarrollados ni un capricho de la llamada «generación de cristal». De hecho, las comunidades más vulnerables en países empobrecidos sufren sus peores embates, según advierte María Pastor-Valero, profesora de Medicina Preventiva en la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Junto a Marina Senent Valero, del Servicio de Dermatología del Hospital General Universitario Dr. Balmis de Alicante, en 2021 publicó una revisión sistemática de 12 estudios realizados a nivel mundial sobre la ecoansiedad y su impacto en la salud de la población. En ella revelaba los impactos más acuciantes en jóvenes, mujeres y áreas rurales. Además, la ecoansiedad también varía significativamente por países, siendo más pronunciada en naciones del hemisferio sur como África subsahariana, Latinoamérica y el Sudeste Asiático.
En un estudio reciente, ambas investigadoras examinaron el cambio climático en jóvenes de favelas localizadas en la periferia de Sao Paulo y en alumnado universitario de clase media-alta residentes en zonas seguras de la misma ciudad. Los resultados mostraron una disparidad reveladora.
Las personas residentes de favelas experimentan el cambio climático de manera directa y personal: casas derrumbadas por lluvias torrenciales, pérdida de seres queridos en inundaciones y consecuencias graves para la salud física y mental (crisis de pánico, trastorno de estrés postraumático, aumento de enfermedades respiratorias o infecciosas, etc.). En contraste, el alumnado universitario podía dar un discurso histórico desde la revolución industrial hasta ahora sobre el calentamiento global pero no tenía experiencias directas del efecto del cambio climático en sus vidas, aunque viviesen en la misma ciudad.
“Esta brecha podría extrapolarse perfectamente, aunque a un nivel de intensidad diferente, a la población española, donde las desigualdades sociales exacerban los efectos del cambio climático en comunidades vulnerables, como los asentamientos irregulares”, señala Senent Valero. Insiste en que para mitigar este impacto desigual es urgente actuar antes de que sea demasiado tarde.
Estrategias para enfrentar la ecoansiedad
Llegados a este punto, queda claro que el impacto del cambio climático en la salud mental es un problema con múltiples aristas que se puede (y debe) abordar desde diversos enfoques. Pero, a efectos prácticos, ¿cómo podemos contribuir al bienestar del medioambiente sin sacrificar nuestro propio bienestar mental? Las personas expertas lo tienen claro: educación ambiental, acercamiento a la naturaleza y evitar noticias alarmistas.
Educación ambiental
A pesar de los avances en el movimiento ambientalista desde la década de los setenta, aún queda mucho por hacer. «Para hacer frente a los desafíos ambientales, nos hemos dado cuenta de que son necesarios otros enfoques que van más allá de lo propiamente formativo», explica Federico Velázquez de Castro González, doctor en Ciencias Químicas y presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental (AEEA).
Desdibujar las fronteras que a menudo dividen las disciplinas académicas tradicionales es uno de los grandes objetivos de esta asociación. Por el momento, parece que se está logrando, pues, según señala: “En la actualidad, la educación ambiental se nutre cada vez más de otras disciplinas humanísticas como la psicología, la sociología o la filosofía”.
Sin embargo, Velázquez de Castro advierte que en la cultura actual se ha difundido una idea de libertad entendida como «hacer lo que me da la gana» que obstaculiza gravemente los esfuerzos para arraigar una cultura ecológica en la sociedad española. «Debemos dejar de entender la libertad de esa manera tan primaria y recordar que la libertad va acompañada siempre del valor de la responsabilidad”, insiste.
Reconectar con la naturaleza
“Uno de los déficits de la educación ambiental es que se suele impartir en espacios cerrados y a menudo olvidamos que lo que estamos intentando proteger es el medio natural”, señala Collado, quien aboga por salir de las aulas. Destaca que el contacto directo con la naturaleza promueve la conducta proambiental y, al mismo tiempo, mejora nuestro bienestar mental.
Frente a este «gran déficit de naturaleza», Velázquez de Castro sugiere propuestas que involucren «actitudes activas, desde la observación, hasta la conservación, el conocimiento y el trabajo directo con la naturaleza». En esencia, lo que verdaderamente propone es un cambio estructural: «un nuevo modelo económico, político, social y cultural» que nos conduzca a «un estilo de vida orientado hacia una vida más sencilla, más consciente. Una vida más contenida, responsable, atenta y serena».
Comunicar sin caer en el catastrofismo
«Recibimos mensajes catastrofistas continuamente, pero rara vez se nos explica junto con el problema, cuáles son las estrategias para solucionarlo. Esto nos deja con un problema inabarcable que inevitablemente aumenta nuestros niveles de preocupación», apunta Collado.
«La situación ambiental no es buena y los medios de comunicación simplemente reflejamos la realidad de nuestro entorno», explica Arturo Larena, periodista ambiental y director de Medio Ambiente y Ciencia en la Agencia Efe. Lleva casi dos décadas al frente de la plataforma global de periodismo ambiental Efeverde, la cual fundó con la férrea convicción de apostar por la información especializada.
De la misma manera, concuerda con la necesidad de «avanzar en el periodismo de soluciones» y recalca la «importancia de impulsar noticias positivas» sin llegar a edulcorar la realidad para arrojar luz sobre aquellas cosas que sí se están haciendo bien. «La recuperación de especies, la conservación de espacios, la eliminación de gases dañinos para la capa de ozono…todas estas son buenas noticias ambientales que merecen ser contadas y deben tener su espacio», señala.
Para encontrar información ambiental rigurosa y veraz en medio del mar de infoxicación y bulos que inundan la red, Larena recomienda seguir tres criterios fundamentales: «Buscar pluralidad de fuentes para obtener una visión con distintos enfoques; confiar en la ciencia y en los periodistas especializados y, sobre todo, desarrollar un espíritu crítico. Es fundamental cuestionarlo todo y, a partir de ahí, formar una opinión y actuar en consecuencia».
De la individualización del sufrimiento a la autoeficacia social
Si bien las acciones proambientales individuales, como el reciclaje y la reutilización del agua, son esenciales, la responsabilidad de abordar la emergencia climática no puede recaer exclusivamente en los esfuerzos individuales. Según Pastor-Valero, enfrentar esta complejidad requiere de una respuesta unificada, que involucre a profesionales de la salud, educación, gobierno, protección civil, expertos medioambientales y universidades.
A este respecto, Silvia Collado nos invita a adoptar una mentalidad de «autoeficacia social». Esto implica reconocer que nuestras acciones en grupos y comunidades tienen un impacto significativo en la mitigación y adaptación al cambio climático. «Este enfoque nos brinda un mayor sentido de control en una situación que, a nivel individual, parece incontrolable, y contribuye a nuestro bienestar emocional», resalta.
Transitar de la individualización del sufrimiento hacia la autoeficacia social también implica “liberarnos de expectativas irreales” y entender que el cambio climático es un problema global que no puede resolverse únicamente a través de acciones individuales. Al unirnos a comunidades comprometidas, Collado señala que encontramos no solo pertenencia, sino también «un apoyo social que nos brinda un mayor sentido del compromiso al compartir intereses y acciones con personas que comparten nuestras preocupaciones sobre el cambio climático».
En definitiva, “la ecoansiedad es un problema real que merece atención y debe ser investigado y visibilizado”, subraya María Pastor-Valero. Para concluir, hace un llamado a la conciencia para que seamos conscientes de la urgencia del problema y de la necesidad de promover políticas públicas efectivas para combatir este desafío psicológico emergente que va en aumento.