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«Ninguna persona vive en la calle porque quiere»

Sofía Villa

María Monreal, zaragozana de 20 años, es voluntaria en ‘Bokatas’, una ONG dedicada al acompañamiento de personas sin hogar. En esta entrevista, comparte su experiencia y reflexiona sobre los prejuicios que sufre el colectivo.
María Monreal, voluntaria en 'Bokatas'
María Monreal, voluntaria en 'Bokatas'

María Monreal tiene 20 años y cursa 3º del Grado de Derecho, Administración y Dirección de Empresas (DADE). Cuando se encontraba en bachillerato recibió varias charlas sobre voluntariado con personas sin hogar y, desde entonces, ha querido contribuir por la causa. Tuvo que esperar a cumplir la mayoría de edad para hacerse voluntaria y lo hizo en la sede de Zaragoza de la ONG ‘Bokatas’. Su labor se resume en tres líneas: rutas semanales para acercarse a personas que viven en la calle, el proyecto ‘Cine sin hogar’ y la iniciativa ‘Voluntariado exprés de noviembre’.

¿Desde cuándo eres voluntaria en ‘Bokatas’?

Comencé en septiembre del año pasado, aunque la idea me viene de tiempo atrás. Cuando estaba en bachiller, me dieron varias charlas de esta asociación y me llamó mucho la atención porque, además, eran personas jóvenes. Después, en la universidad, conocí a una chica que colaboraba allí. Me contó lo que hacían, cómo ayudaban, la veía pararse en la calle a hablar con gente… Y me volvió a entrar el gusanillo.

¿Cuál es tu labor como voluntaria?

Lo principal son las rutas de calle, que se basan en repartir bocadillos como excusa para entablar una conversación y acercarte cada vez más a estas personas. En verano también se dan botellas de agua y, en invierno, caldos calientes en termos. A veces se ofrecen piezas de fruta.

Al entrar en la ONG te asignan una ruta. La mía es los martes y los jueves y cubre la zona de Las Fuentes, Parque Bruil y Paseo Echegaray y Caballero. Algunas rutas son más numerosas que otras. La mía, por ejemplo, es muy numerosa, es decir, vemos a muchas personas. El martes pasado, de hecho, repartimos 60 bocadillos. De media, se suelen ofrecen unos 50.

Normalmente se sigue el mismo procedimiento: nos reunimos sobre las 20:00 horas para hacer los bocadillos y salimos alrededor de las 21:00. El recorrido suele durar unas dos horas. El objetivo de que cada persona haga siempre la misma ruta es crear vínculo entre el voluntariado y la persona sin hogar puesto que, si ven cada semana a una persona distinta, no se llega a conectar.

¿Cómo es ese momento de acercamiento?

Sabemos los puntos principales a los que tenemos que ir, es decir, hay gente “fiel” en las rutas. Sabemos casi 100% que van a estar allí. Lo primero, les preguntamos cómo están. También nos preocupamos por aspectos concretos de cada uno. Por ejemplo, si sabemos que alguien ha tenido una entrevista de trabajo, le preguntamos cómo fue; si alguien ha tenido un catarro, queremos saber cómo se encuentra; si han ido al médico, preguntamos qué le han dicho, si les han dado receta, si entienden los prospectos, si saben cómo tienen que tomar la medicación, etc.

Pero también, si sabemos que a alguien le gusta el fútbol, le preguntamos por el último partido. Es decir, lo que hablarías con un amigo. Al final, los bocadillos es lo de menos. Los cogen, sí, pero los dejan a un lado y buscan hablar. Esa media hora que estamos allí es lo que más agradecen.

Respecto a los que conocemos por primera vez, para empezar les peguntamos por su información personal: nombre, procedencia, si tienen pensado quedarse en Zaragoza o es algo temporal, si están buscando trabajo, si saben los lugares que ofrecen ayuda, si han hablando con Cruz Roja o un asistente social, etc. También les explicamos adónde pueden acudir y les proporcionamos teléfonos y direcciones. Por ejemplo, había un señor que quería empadronarse y no sabía cómo. Además, no hablaba español. Afortunadamente, otro voluntario sabía árabe y logramos comunicarnos con él para explicarle el proceso.

¿En qué otras actividades participas con la asociación?

Por un lado, en una actividad que se organiza cada dos domingos llamada ‘Cine sin hogar’. Tiene lugar en el Centro Pignatelli a las 17:00 horas. Las personas acuden allí, ven una película con palomitas y, después, meriendan. Tienen un plan que hacer, un sitio para estar calentitos viendo una “peli” y, después, irse merendados.

Por otro lado, este mes llevaremos a cabo el ‘Voluntariado exprés de noviembre’. Se trata de recolectar dinero a través de distintas donaciones a nivel nacional para comprar sacos de dormir, ropa de abrigo como camisetas térmicas o bragas de cuello, mantas… Se pedirá participación a toda la ciudadanía.

¿Ha habido algún testimonio o alguna historia que te haya calado especialmente?

Recuerdo a un señor mayor que llevaba en la calle 30 años. Vivía debajo de un puente, donde se había montado una especie de casa. Lo tenía bastante bien apañado, la verdad: fuego para hacerse la comida, una cama, un sistema para que el agua que entraba cuando llovía pudiera salir… Tenía una traqueotomía, por lo que no podía hablar. Él movía la boca y nosotros teníamos que leerle los labios e interpretar sus gestos. Más o menos, conseguíamos entenderle. Recuerdo que tenía mucho sentido del humor. Ahora ha vuelto a su país, donde tiene a su familia. Aquí, en Zaragoza, estaba solo y me parece admirable cómo se las apañaba.

También hay otro señor, de unos 60 años, al que tenemos especial cariño. La ruta lo ve desde hace mucho tiempo, ya que lleva unos 20 años en la calle. Ha trabajado como cocinero, pero su situación empeoró y acabó en la calle. Acude a todas las actividades que preparamos: los cines de los domingos, las cenas de Navidad… A veces hace dibujos de colores para los voluntarios. Se abre y se muestra vulnerable con nosotros; se siente dejado de lado por la sociedad. Ahora, además, le han diagnosticado cáncer. Va a consultas y revisiones en la Seguridad Social y pronto recibirá tratamiento, pero después vuelve a la calle.

¿Crees que existen muchos prejuicios hacia este colectivo?

Muchísimos. Incluso yo, antes, tenía algunos. Evidentemente, hay todo tipo de personas. Algunos tienen adicciones, pero otros –muchísimos, de hecho– no. Tienen ganas de trabajar, de salir de esa situación, de cooperar. Ninguna persona quiere vivir en la calle. A cualquiera le ofreces una habitación y nadie te va a decir que no. Algunas personas quizás se han acomodado, están metidas en un bucle y no saben cómo salir, pero nadie está en la calle por deseo propio.

Hay que comprender que muchos viven situaciones muy complicadas: deudas, discapacidades, situaciones familiares que les llevaron a una depresión y, por ello, quizás, a caer en alguna adicción… Viven sin la ayuda de nadie, ni familia ni amigos. Es muy fácil juzgar.

¿Se trata de un colectivo invisibilizado?

Durante el día es imposible que no se vea a personas pidiendo por la calle, en las puertas de supermercados, deambulando con sus pertenencias… Lo que pasa es que no se quiere ver y se mira hacia otro lado. Sin embargo, también es normal por falta de tiempo, porque todos tenemos nuestras cosas, nuestras preocupaciones…

A veces piensas que su situación está fuera de tu alcance y que no puedes hacer nada. Es decir, tampoco es cuestión de culpar a nadie. Lo que sí es necesario es que la gente tenga conciencia de que esa realidad existe y de que, aunque no vayamos a cambiar su situación, sí podemos cambiar algo.

¿Cómo? ¿Qué podemos hacer?

Por ejemplo, si no se quiere dar dinero directamente, puedes informarle de las organizaciones que existen y cómo les ayudan. Se hacen muchas actividades: mercadillos solidarios, donaciones…

También entiendo que haya mucha gente que no pueda estar en un voluntariado porque no pueda comprometerse. En esos casos, se puede participar en cosas puntuales como la actividad del voluntariado exprés en noviembre. Es verdad que al día siguiente van a seguir estando allí, pero esa noche pasarán un poco menos de frío.

Por otro lado, se puede, simplemente, no hacer como si no existieran cuando se les ve. Darles los buenos días, sonreírles… Quizás eso cambia su sentimiento en ese momento y les hace sentir menos “marginados”.

¿Qué te aporta ser voluntaria?

En primer lugar, mucho conocimiento sobre estas personas y su situación. Antes de crear un prejuicio, intento comprender y no juzgar.

Asimismo, conocer este tipo de realidad te hace valorar lo que tienes. Te sientes privilegiada. Yo después de las rutas vuelvo a casa a dormir con mi calefacción. También voy a la universidad y a veces digo: “Qué rollo”, pero después pienso que estas personas dan lo que sea por un curso del INAEM. Porque la tecnología es algo que les dificulta mucho el acceso a cualquier trámite. Yo las citas las pido con el móvil en nada y, a ellos, les cuesta un mundo: ir al lugar, que les den respuesta, volver…

Por supuesto, también me ha permitido conocer gente maravillosa, tanto las personas de la calle como en el grupo de voluntariado. Al final, somos personas que queremos un cambio. Pero no en el sinhogarismo en general (que, al final, viene de muy arriba y es difícil cambiar), sino individualmente, persona a persona.

Por último, las personas sin hogar te cuentan cosas muy interesantes. Se aprende mucho de ellos, sobre todo de las personas mayores, que han vivido mucho. Las personas que vienen de otro país, a su vez, te muestran otras formas de vivir, otras culturas. Ves otras realidades distintas, ya que a veces todos estamos un poco centrados únicamente en las nuestras.

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