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Las grandes olvidadas de un sistema penitenciario patriarcal

En las cárceles españolas, el hecho de ser mujer implica cumplir la pena en condiciones más duras y tener más difícil la reinserción, por la falta de oportunidades y recursos. Pero, aunque muchas veces queden relegadas por el sistema, las reclusas no están solas.

Isabel Reviejo

Isabel Reviejo

De todas las personas recluidas en los centros penitenciarios de España, las mujeres suponen el 7,1%, frente al 92,9% de los hombres, según datos del Ministerio del Interior. Ser mujer en la cárcel significa pertenecer a una minoría y, también, vivir en una realidad muy diferente a la de los varones: el sistema está ideado tomándolos a ellos como referencia, lo que deja a estas aproximadamente 4.000 mujeres en los márgenes y afrontando más barreras para su reinserción.

“Estando en prisión, viven una triple condena”, asevera Corinne Navarrete, voluntaria e integrante de la Junta Directiva de la Asociación de Colaboradores con las Mujeres Presas (ACOPE). Por un lado, “una mujer que está en prisión está peor vista socialmente, más incluso que un hombre, porque lo que se espera de las mujeres es que sean cuidadoras. La sociedad percibe que han roto con ese rol y se las juzga de forma más dura”. Por otra parte, continúa, “ser minoría a la hora de cumplir condena también tiene desventajas, porque cuentan con menos recursos y menos programas de capacitación. Todo este tipo de cosas hacen que las mujeres cumplan condena en condiciones más difíciles”.

Escasez de infraestructuras y medidas no cumplimentadas

En España hay únicamente cuatro centros penitenciarios exclusivos para mujeres, en Madrid, Ávila, Barcelona y Sevilla. El resto de las reclusas se encuentran en módulos específicos dentro de centros masculinos. Esta concentración de mujeres en un mismo lugar rompe con el principio de separación que establece la Ley Orgánica General Penitenciaria, que indica que las personas que ingresan en las cárceles han de distribuirse teniendo en cuenta, además del sexo, factores como la edad, los antecedentes y el estado físico y mental.

Así, mientras que los hombres acceden a distintos módulos dependiendo de su situación, en el caso de las mujeres “están las preventivas con penadas; mujeres jóvenes con adultas; mujeres que han cometido su primer delito (y no es un delito grave) con otras que tienen más conflictividad o son reincidentes; o personas con adicciones junto con otras que no las tienen”, explica Marta Horno, coordinadora del área de Cárceles de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDHA).

Esto dificulta que las mujeres accedan a recursos que encajen con su perfil —actividades para jóvenes, recursos terapéuticos para la salud mental, etc.— y aumenta las posibilidades de que se generen problemas en la convivencia. Con los hombres, por ejemplo, “si hay una incompatibilidad entre presos, por una pelea o una situación similar, les separan y mandan a cada uno a un lado, a un módulo diferente. Las mujeres tienen que estar en el mismo módulo conviviendo, y eso puede dar lugar a futuros conflictos”, afirma la abogada.

A todo esto se le suma otro problema: algunas prisiones ni siquiera cuentan con plazas femeninas y, por ello, hay mujeres que tienen que ser llevadas a una provincia diferente a la suya. La consecuencia es un mayor aislamiento y distanciamiento de su núcleo familiar y social. La distancia hace más difícil que reciban visitas de personas de su entorno, especialmente en el caso de contar con pocos recursos económicos, lo que suele ser habitual.

La Administración Penitenciaria, afirma Horno, tiene “un problema muy serio con la situación de las mujeres en prisión, que son unas dificultades organizativas, y tendrán que poner solución, pero lo que no pueden hacer es invisibilizar o ignorar esta realidad”.

Por el momento, “se deberían tener en cuenta las circunstancias de la persona que ha sido condenada y, en la medida de lo posible, evitar el paso por la prisión, que tiene consecuencias muy negativas”. “La mayoría de las mujeres están cumpliendo condenas por delitos que no son muy graves, que no causan alarma social, y existen otras posibilidades”; alternativas como los trabajos en beneficio a la comunidad, el abono de una multa o la suspensión de la ejecución de la pena. Además, “se debería fomentar el cumplimiento en tercer grado, en un régimen de semilibertad”, añade la representante de APDHA.

Vidas difíciles: violencia y trastornos emocionales

La mayor parte de las mujeres que están cumpliendo condena en los centros penitenciarios españoles lo hacen por delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico o contra la salud pública. Una de cada cuatro son de procedencia extranjera.

Como señala Navarrete, entre estas últimas se repite el caso de personas que han sido detenidas por ejercer de “mulas” para el tráfico de droga en pequeñas cantidades: “No son mujeres con un perfil o un historial de delincuencia; son madres que en un momento dado han visto esa opción para poder ganar dinero y mantener a su familia”.

Una actividad organizada por ACOPE con mujeres de las prisiones de Alcalá Meco y Estremera | Fuente: ACOPE

Ser víctimas de violencia de género o familiar, haber vivido en una situación de pobreza desde la infancia o sufrir problemas de salud mental son factores que suelen aparecer en las historias de las mujeres presas. El 88,4% de las mujeres encarceladas ha sufrido algún tipo de violencia, según recoge un documento de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias. Dentro de este porcentaje, el 68% de las reclusas ha sufrido violencia sexual y el 74%, violencia física.

Asimismo, el 42,3% de la población penitenciaria femenina reconoce que, en algún momento de su vida, se le ha diagnosticado un trastorno mental o emocional, un porcentaje superior al de los hombres en prisión (34,3%), apunta la última Encuesta sobre salud y consumo de drogas que el Ministerio de Sanidad realiza a la población interna en instituciones penitenciarias.

Hay expertas que también han señalado cómo algunas de las mujeres que acaban en la cárcel han sido utilizadas como un instrumento por un hombre con el que mantenían un vínculo de dependencia o han asumido, en su rol de protectoras de la familia, responsabilidades que no les correspondían, como, por ejemplo, hacerse responsables de la droga incautada en su domicilio, aunque no fuera suya.

“Han tenido vidas muy difíciles que las han llevado a esas situaciones y a cometer esas equivocaciones. Quienes están ahí no es que sean peores personas. Es un problema que ha generado la sociedad y como sociedad no podemos meterlas ahí [en prisión] y olvidarnos; es algo que hay que solucionar para que de verdad tengan una oportunidad y puedan cambiar sus vidas”, reflexiona la voluntaria de ACOPE. No obstante, desde su punto de vista, el sistema no está pensado para eso, sino para castigar: “Se supone que ha de tener la función de reinsertar, pero hace lo contrario, te saca de la sociedad, te aísla”.

Ser madre en la cárcel

“Pero… ¿hay niños en la cárcel?”. A Rosario Escudero, de la Asociación Ampara, alguna vez le han hecho, con sorpresa, esta pregunta. Y sí: algunas de las mujeres están acompañadas en las cárceles por sus menores.

La ley española permite que las madres que están cumpliendo condena puedan permanecer con sus hijos e hijas hasta que estos cumplan los tres años. Hasta mediados de la década de los 90, cuando se reformó la normativa penitenciaria, la edad estaba fijada en los seis años. También existen los módulos familiares, en los que la madre y el padre pueden convivir si ambos están cumpliendo condena.

Programa Malala de Ampara

Escudero es la responsable del programa Malala de Ampara, que en estos momentos trabaja con menores de tres años que residen en el centro penitenciario de Aranjuez (Madrid), aunque también han llevado a cabo actividades en la Unidad de Madres de la capital. Entre semana, los niños y niñas van a la guardería o a la escuela infantil, donde pueden relacionarse con otros menores, y es en el fin de semana cuando la organización realiza las iniciativas de acompañamiento.

Menores participantes del programa Malala | Fuente: AMPARA

A cada persona voluntaria se le asigna un niño o niña. “Tenemos que ir en autobús, porque el centro penitenciario no está cerca de nada, y los llevamos a Aranjuez pueblo; se hacen actividades, se les da de comer, vamos a un parque que esté cerca y volvemos al centro penitenciario. Intentamos que pasen un día como haría cualquier otro niño de su edad”, explica la voluntaria. A lo largo del año, también hacen actividades especiales, como ir a un parque de atracciones o a una granja escuela, e incluso un campamento de verano anual en el que también participan las madres.

Desde el programa se acompaña a las familias sin juzgar, para dar a los niños y niñas esas oportunidades de socialización y ocio de las que carecen en prisión: “Para empezar, no preguntamos nunca por qué la mujer está dentro. Es un morbo que no es necesario. Solo vamos e intentamos ayudar con lo que podamos”. “Hacemos muchas actividades también dentro de la cárcel, así que las madres ya nos conocen, y cuando el niño tiene 10, 11 meses, quieren que los saquemos, y están muy agradecidas porque los niños vuelven contentos”, comenta Escudero.

Iniciativas y oportunidades de reinserción

Actualmente, ACOPE trabaja en los centros de Brieva (Ávila) y Alcalá Meco (Madrid), además de en los módulos para mujeres de las prisiones de Estremera (Madrid), Cáceres y Albacete. Entre las iniciativas que promueven en su voluntariado está el acompañamiento en pisos de acogida para las mujeres a las que se les conceden permisos o el tercer grado, talleres de comunicación y un proyecto de formación sociolaboral llevado a cabo en un vivero. “Sobre todo, el objetivo es que sepan que hay gente que quiere estar con ellas, conocerlas, saber lo que les pasa, escucharlas y compartir. Que hay gente fuera a la que le importa lo que pasa ahí dentro”, expresa Navarrete.

Aunque los talleres de formación son una oportunidad para aprender nuevos conocimientos que faciliten la reinserción una vez fuera del centro penitenciario, en los módulos de mujeres también han estado en el centro de episodios de discriminación.

“La oferta formativa es mucho menor, tanto cuantitativamente como cualitativamente. En términos generales, hasta la propia Administración ha reconocido que se refuerzan los roles de género o que son talleres que luego tienen menos salidas laborales cuando ya están en libertad”, destaca Horno.

Por ejemplo, en un informe publicado en 2021, tras su visita a distintos centros penitenciarios, el Defensor del Pueblo reflejó que las actividades ocupacionales llevadas a cabo en Alcalá de Guadaira (Sevilla) eran “muy limitadas, escasamente dinamizadas y relacionadas principalmente con la costura, rol que perpetua estereotipos de género, y la pintura de azulejos”. Recientemente, en octubre de 2023, la APDHA presentó una queja ante esta misma institución en la que denunciaba la “ausencia de programas, formación, talleres y actividades” para las mujeres internas de Puerto III (Cádiz), entre otras situaciones discriminatorias.

Libros para «las olvidadas»

A pesar de la falta de apoyo institucional que afrontan las presas, hay iniciativas sociales y culturales que se abren paso para proporcionar luz a estas personas. En la asociación Teta & Teta, los libros se acumulan. Solo hace falta abrirlos para comprobar que no son libros normales: “Querida compañera”, “Querida desconocida”, “Querida amiga”… En las primeras páginas, todos ellos llevan escrita una dedicatoria pensada para las mujeres que están en prisión.

Desde 2018, la iniciativa “A las olvidadas” organiza recogidas de libros para las reclusas, visibilizando y generando una reflexión sobre la situación de este colectivo. Hasta la fecha, han repartido casi 9.000 volúmenes entre 17 centros penitenciarios. A esto se les suman los recibidos en la última convocatoria, abierta a finales del año pasado: aunque aún se están documentando, se calcula que en esta ocasión han llegado unos 2.000 libros, que serán llevados a Brieva (Ávila) y a otros centros.

Algunos de los libros recibidos en la última convocatoria de «A las olvidadas» | Fuente: @alasolvidadas

Desde narrativa actual hasta ensayo feminista, poesía o clásicos. Isabel Allende, Almudena Grandes, Jorge Bucay y Rosa Montero son algunos de los nombres que más se repiten, pero cualquier libro tiene hueco en la iniciativa. “Pueden ser muy diversos, porque en la cárcel hay mujeres muy diversas, de diferentes ideologías, niveles educativos, nacionalidades…. Si la persona hace la reflexión de por qué está escogiendo ese libro, seguro que la decisión que tome será buena”, comenta Clara Espartero, de Teta & teta.

“Sin duda, las mujeres que están en los centros penitenciarios se sienten las grandes olvidadas, y ver que hay personas de fuera que se acuerdan de ellas, que les envían libros y que tienen palabras para ellas… Es muy emocionante el momento en el que leen las dedicatorias en voz alta [en el acto de entrega], se crea un ambiente muy bonito”, relata.

Algunos mensajes son breves; otros, más extensos, casi como cartas. “Espero que estas palabras te salven, como hicieron conmigo”; “Que cada palabra escrita en este libro te recuerde que eres una persona digna de amor y oportunidades”; “La vida son muchas vidas, muchos caerse y levantarse, muchos volver a empezar”. Mensajes de inspiración, fuerza y empatía que quedan atrapados en las páginas. Y entre los que se cuela, a veces, una promesa: “Te esperamos fuera”.

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